lunes, 12 de febrero de 2024

 

      

ESCUELA PREPARATORIA 64 

Turno: Matutino. Grado: Quinto Semestre: 3er. Grado . Grupo 5                                                                              Materia: Historia Universal.   Prof. Ismael Contreras Plata.                                                                             Nombre del estudiante___________________________________ No. List. _______                               

Despojos y rebeliones a 100 años del imperialismo*

 

Modesto Emilio Guerrero

UNdAv, Venezuela

Despojos y rebeliones a 100 años del imperialismo

Theomai, núm. 36, pp. 119-127, 2017

Red Internacional de Estudios sobre Sociedad, Naturaleza y Desarrollo

Número 36 (tercer trimestre 2017) - number 36 (third trimester 2017)

 


Con cierta relatividad se puede afirmar que estamos a un siglo del nacimiento del imperialismo y que 100 años después de su aparición, el mundo fue transformado por este primer sistema global de tal modo y en una extensión tan significativa, que bien puede ser calificado de “otro” mundo.

Este nuevo mundo está conformado por una vida social llena de “otros” mutuamente convertidos en enemigos mediante la ley del valor y la mutación de casi todo lo existente en mercancía, cosas que disputan con cosas con una creciente relación de extrañamiento; hasta los recursos naturales y bienes comunes fueron convertidos en enemigos a destruir.

Es casi lo opuesto al mundo que existía en la década final del siglo XIX, cuando la forma imperialista se formó como el nuevo sistema de control punitivo global del capital. El imperialismo logró modificar las relaciones humanas y su memoria de ellas como ningún otro poder imperial conocido.

Hace poco más de un siglo la economía de libre cambio comercial e industrial mutó hasta transformarse en un estructura de monopolios internacionales y consorcios centralizados, por una simbiosis con los grandes bancos y los Estados más fuertes; las economías centrales iniciaron su cruzada de inversiones externas hacia cualquier lugar del planeta y con ellas nuevas formas de colonización de poblaciones y territorios ricos en recursos.

El balance, 100 años después, indica que superaron a la colonización clásica, pero más por su extensión y mecanismos sofisticados, que por el uso de la violencia para la expansión económica y la dominación política.

Uno de sus resultados más sorprendentes es el tamaño y la intensidad cualitativa del despojo, no solo medido en términos materiales de recursos sustraídos, sino también cuantificado en naciones ultrajadas hasta convertirlas en desperdicios históricos: Haití, Palestina, Media África, los atolones australianos, Afganistán, Irak, Siria, los refugiados trepando los muros de Europa para sobrevivir a la barbarie como si estuvieran filmando una película de anticipación del fascismo.

Este sistema global se impuso mediante la instalación de una cultura civilizatoria basada en la exclusión, hábitos masivos de la dominación social y jerarquización interindividual, destruyendo lazos sociales centenarios de solidaridad en pueblos enteros y entre ciudadanos y productores materiales. Todo, a través del sutil mecanismo de la mercantilización de todo lo existente, convirtiendo las relaciones humanas en relaciones entre cosas.

El autor colombiano Renán Vega Cantor escribió una obra incomparable para demostrar lo que define como “mecanismo de desposesión permanente”, mediante distintos tipos de despojo que se hicieron sistémicos hasta la actual era imperialista:

“A comienzos del siglo XXI, el fetichismo de la tecnología ha llegado a tal punto que, como lo anticipó brillantemente Carlos Marx, las relaciones no se dan entre seres humanos sino entre cosas inanimadas a las que se les atribuye vida propia, como sucede con todo tipo de máquinas y artefactos. Por supuesto la dominación capitalista se vale de la tecnología para mantener la explotación, las injusticias, la desigualdad, la miseria, todo a nombre de una racionalidad instrumental, que para completar se presenta como neutral (…)

Recordemos que en estos momentos se nos anuncia que las Tecnologías de la Información y la Comunicación han inaugurado una nueva fase de la historia humana, en la cual habrían desaparecido las contradicciones esenciales del modo de producción capitalista y ahora tendríamos la oportunidad de solucionar nuestros problemas y los de la sociedad con la pretendida democratización que traerían consigo los artefactos microelectrónicos, empezando por la computadora (…)

No por casualidad, el elemento central de la concepción dominante de progreso es el de la tecnología, a la que ha quedado reducido el mejoramiento en muchos casos aparente, en las condiciones de vida de la población, dejando de lado la misma idea de progreso moral (…)” (Renán Vega Cantor, Capitalismo y Despojo. Perspectiva histórica sobre la expropiación universal de bienes y saberes. Impresol Ediciones, páginas 16, 17, 18, Bogotá 2013)

Uno de los mitos de la “cultura occidental” se funda en la sabia combinación de república democrática con genocidio y despojo, lograda mediante la magia de crear estados de opinión pública y sentidos comunes masivos en las poblaciones urbanas. El “siglo de la democracia”, según definiciones de diversos apologetas del capital y de las Naciones Unidas, se basa en dos grandes datos reales del siglo XX, de los cuales han logrado invisibilizar uno. Es cierto que en este siglo se estableció en la sociedad mundial, la mayor cantidad de “democracias parlamentarias”, con sistemas jurídicos de tres poderes y sufragio universal, que es la forma de democracia inventada por la clase de los burgueses para la administración del sistema del capital.

En esa perspectiva, Carlos Marx se equivocó en su 18 Brumario de Luis Bonaparte al absolutizar como pronóstico histórico lo que en la Europa de su tiempo fue la experiencia dominante y creer que el próximo siglo iba a estar dominado por “Estados bonapartistas policiales”.

La diseminación mundial de las formas republicanas y las democracias del sufragio y los tres poderes no pudo desprenderse del genocidio, las masacres, las invasiones, matanzas y represión constantes, allí donde encontraba resistencia a esa auto expansión del capital. En la ex URSS, China y Cambodia, también aparecieron otras formas de genocidio y matanzas masivas en el siglo XX, bajo regímenes políticos opuestos.

El imperialismo del siglo desarrolló una capacidad de adaptación, que le permitió, al mismo tiempo, garantizar la expansión del capitalismo con democracias, con genocidios y con la combinación de ambos sistemas de control social

La realidad de lo que se conoce como democracia siempre fue más compleja que los tres poderes republicanos. Un buen ejemplo es la “gran democracia norteamericana”, tan amada desde Domingo Sarmiento hasta el Papa Francisco. Dentro de ella convivieron el parlamentarismo, el voto universal, las libertades civiles y de prensa, con el más feroz sistema de segregación racial de negros y mulatos, de pueblos indígenas, japoneses, o más reciente de latinoamericanos y musulmanes.

Este intenso siglo de despojos múltiples, como nunca sufrió ningún otro tiempo humano, multiplicó las fracturas sociales y reprodujo las divisiones con la misma furia que se reproducen sus capitales.

Esa estructura básica de opresiones fue potenciada y multiplicada por el mecanismo de auto expansión del capital a escala mundial. El mundo de comienzos del siglo XX fue fracturado en tres mundos casi paralelos en sus modos de vida y bienestar, de esos tres mundos pasamos a los bolsones de miseria dentro del “primer mundo” y la profundización de la miseria incrustada en los otros, un panorama suficientemente estudiado por los investigadores de la globalización y el neoliberalismo.

En su carrera de expansión sin límite, la clase de los capitalistas está llevando a la humanidad al borde de su capacidad para sostenerse en este planeta, y esto ha sido posible por la extensión e intensidad del control ejercido por una clase no reconoce fronteras a su necesidad de ganancia. Y en ese movimiento de control permanente, los dueños del capital a escala internacional se adaptaron a las novedades del siglo XX e integraron a su naturaleza económica auto expansiva, la necesidad nueva de defenderse de dos tipos de peligros, uno el “comunismo”,

comenzado como gobierno por primera vez en 1917, el segundo, en paralelo y complementario en términos sociales, aunque no siempre coincidente en sus propósitos políticos, las rebeliones nacionalistas de los pueblos oprimidos y los Estados nación semicoloniales.

Estas rebeliones cruzaron como ciclones caribeños casi todo el siglo pasado y lo que va de este y ha constituido el más grave dolor de cabeza del sistema dominante. La clase de los capitalistas aprendió mucho más rápido que buena parte de la izquierda mundial, que en la vida concreta de los procesos de rebeldía, esas “primitivas” rebeliones de pueblos coloniales y semicoloniales, que apenas están alcanzando la “civilización capitalista”, suelen desatarse fuerza sociales y políticas que conducen a gobiernos socialistas o socializantes, empujados más por la necesidad que por la conciencia y el programa socialista.

En un sentido, más que el propio “comunismo”, al que pudo penetrar, aislar y derrotar sin una sola guerra dentro de sus fronteras.

En cambio, a los gobiernos rebeldes de cualquier tipo, en los pueblos oprimidos que desarrollaron procesos revolucionarios o revoluciones triunfantes, incluso cuando no pasaron de relativos cambios en el régimen político para ganar soberanía, bienestar y un poco de democracia política, les aplicaron todas las formas de guerra, especialmente las no convencionales, como hemos visto en los últimos 15 años de nuestro continente contra los gobiernos llamados “progresistas”.

América latina tuvo la “mala suerte” de quedar espacialmente “abajo” del imperio más poderoso del siglo XX. El costo de esa involuntaria colocación geoestratégica en el hemisferio, reviste los mayores peligros para la estabilidad de las poblaciones y los Estados del continente, incluso para los socios más amigables del Pentágono. Todos, progresistas y proyanquistas somos objetivos de la cacería imperialista; sin nuestros recursos bióticos, energéticos y de mano de obra barata, el sistema del capital no puede auto expandirse en el próximo siglo.

David Harvey, ha reconstruido la teoría del imperialismo, acudiendo al viejo concepto de “creación de espacio” para nuevas acumulaciones de capital, una idea reelaborada por Lucien Lefebvre a mediados del siglo XX, e intuida por Lenin y Luxemburgo cuando estudiaron la expansión territorial de los nuevos monopolios y la tendencia inexorable de los Estados dominantes a controlar nuevas naciones y pueblos.

Esta fracturación extrema de la sociedad mundial y de la vida individual generada por la expansión del capital en su forma imperialista, tiene la siguiente explicación de parte de Harvey:

“La idea principal en que se basa el reajuste espacio-temporal es bastante sencilla. La sobreacumulación en un territorio dado implica un excedente de mano de obra (paro creciente) y excedentes de capital (que se manifiesta en un mercado inundado de bienes de consumo a los que no se puede dar salida sin pérdidas, en una alta improductividad y/o en excedentes de capital líquido carentes de posibilidades de inversión productiva). Dichos excedentes pueden ser absorbidos mediante: a) una reorientación temporal hacia proyectos de inversión de capital a largo plazo o gasto social (como la educación o la investigación), que aplazan la vuelta de circulación del exceso de capital hasta un futuro distante; b) reorientaciones espaciales, mediante la apertura de nuevos mercados, nuevas capacidades de producción y nuevas posibilidades de recursos y mano de obra en otro lugar; o bien c) una combinación de a) y b) (…)

El reajuste espacio-temporal por otra parte, es una metáfora de las soluciones a las crisis capitalistas mediante aplazamientos temporales y expansiones geográficas. La creación de espacio, la organización de divisiones territoriales del trabajo totalmente nuevas, la apertura de nuevas y más baratas fuentes de recursos, de nuevos espacios dinámicos para la acumulación de capital, y la penetración en estructuras sociales preexistentes de las relaciones sociales capitalistas y acuerdos institucionales...” (Harvey, D. El ”nuevo” imperialismo. Sobre reajustes espacio-temporales y acumulación mediante desposesión. Revista Herramienta, Buenos Aires 2004).

En nuestro caso, la presión imperialista constante impidió, por ejemplo, que las revoluciones liberadoras de comienzos del siglo XIX produjeran sociedades de bienestar relativo, algo solo posible con la unificación de las economías y Estados en la segunda mitad del mismo siglo. La clave de esa desgracia se encuentra en dos factores que actúan combinados: la clase social dominante y el tipo de Estado que sirvió a la estructuración del nuevo mundo latinoamericano. Ambos instrumentos sociales se acoplaron al mecanismo de despojo implicado en la expansión del capitalismo a escala mundial, que en esta parte del mundo tuvo a Estados Unidos como la parte más avanzada de la economía de este lado del mundo. Pero Estados Unidos tiene ese nombre porque su clase dominante logró construir un solo Estado nación sobre un territorio subcontinental de dimensiones similares a las de Latinomérica.

Otro investigador actual, Ítzvan Mészáros, resume ese aspecto de la auto expansión contradictoria del sistema del capital, en las siguientes afirmaciones de su obra El desafío y la carga del tiempo histórico, Mészáros escoge el Estado nación como muestra básica de dos aspectos clave del

establecimiento del imperialismo. Primero, porque el Estado-nación republicano europeo fue el instrumento usado para estructurar el dominio global, segundo, porque la clase de los capitalistas fue el agente histórico de esa cultura de dominación. Ambos sujetos fueron los encargados de aplicar “la tendencia auto expansionista a la reproducción de capitales”, aquello que a comienzos del siglo, Rosa Luxemburgo analizó como la nueva acumulación que engendró la forma imperialista.

“Uno de los mayores impedimentos para el desarrollo socialista ha sido, y lo continúa siendo, la persistente desatención de la cuestión nacional. En lo tocante a las determinaciones prácticas/históricas, debemos recordar primero que nada que la formación de las naciones modernas se cumplió bajo el liderazgo de la clase de la burguesía. El sistema de relaciones entre los Estados constituido bajo los imperativos auto expansionistas del capital no podía más que resultar irremediablemente injusto. Tenía que fortalecer y reforzar constantemente la posición altamente privilegiada del puñado de naciones imperialistamente del mismo nivel.” (Mészáros, I., El desafío y la carga del tiempo histórico, pág. 420, Ediciones El Perro y la Rana, Caracas, 2009)

Esa misma herencia de debilidad explica la dificultad que tienen los actuales “gobiernos progresistas” para completar lo que cada uno inició como cambio nacional y proclamó en nombre del proyecto regional latinoamericanista. A más de una década de nuevas relaciones entre estos estados y economías “progresistas”, no ha sido posible estructurar una zona defensiva en términos económicos y políticos, a pesar de los avances evidentes en aproximación de Estados y Gobiernos desde el año 2005 en adelante. La derrota del ALCA y otros hechos, fueron solo la señal de que se podía. Esa potencialidad ganada no fue convertida en geopolítica anti imperialista, salvo excepciones temporales.

Lo que hemos denominado desde hace dos años tendencia a la reversión de los gobiernos progresistas, es apenas la manifestación externa a escala regional, de que esos gobiernos, por separado, y juntos en los organismos nuevos de aproximación, como en la CELAC, UNASUR, ALBA, PetroCaribe, no fueron capaces de superar por lo menos dos estadios, sin los cuales no se podrá avanzar un paso seguro en el mercado mundial y frente al sistema mundial de Estados dominante:

a) romper las amarras que atan esas economías al modelo de acumulación capitalista, b) completar los cambios iniciados al interior (en formas diversas de asistencialismo e inclusión de poblaciones excluidas del consumo por el neoliberalismo), apartando del control de las economías y los Estados a los dueños del capital local, asociados siempre al capital internacional por múltiples vínculos, como lo demostraron los teóricos de la Dependencia. El retraso en esa tarea histórica le está facilitando la labor a los poderes desplegados por el sistema imperialista para doblegar y vulnerar a cada país progresista por separado.

Entre el despojo y la rebelión

También hace más de un siglo, el pensamiento rebelde comenzó a estudiar el fenómeno y dio a luz obras fundantes del pensamiento socialista para comenzar a conocer, interpretar y luchar contra la novedosa manifestación global del histórico sistema del capital.

La producción intelectual del siglo XX abundó en obras que estudiaron el fenómeno imperialista, basta recordar a John Hobson (1902), Rudolf Hilferding (1910), Rosa Luxemburgo (1913), V. I. Lenin (1915), entre otras menos conocidas fueron parte de los intensos debates de entonces. O en el medio siglo, a Sweezy y Baran, Ernest Mandel, Gunder Frank o Samir Amin, entre decenas de autores que produjeron un cuerpo de investigación especial sobre el fenómeno imperialista.

El imperialismo contemporáneo resultó entonces, la confirmación más o menos ordenada, sistémica, de la tendencia inmanente del capital, que, “al superar estos límites {de la producción capitalista} ... solo puede superarlos recurriendo a medios que vuelven a levantar ante ella estos mismos límites, todavía con mayor fuerza” (El Capital, K. Marx, Libro III, FCE, vol. 3 pág. 248).

No le salió gratis. Tuvo que enfrentar los mayores desafíos políticos desde los movimientos de resistencia, rebeliones y revoluciones triunfantes, para las que no estaban preparados sus conductores. En 1917 fue sorprendida por la pérdida del más grande territorio multinacional a manos de los bolcheviques, pero peor le fue tres décadas más tarde cuando tuvo que soportar el corte de las dos naciones más pobladas, una a manos del “comunismo chino”, la otra liberada parcialmente por el movimiento nacionalista popular hindú del Partido del Congreso.

A ese balance preocupante (para ellos) deben sumarse las otras victorias anti imperialistas en una decena de países importantes.

Los monopolios y sus Estados imperiales debieron soportar y acomodarse al corte brusco en casos como Vietnam o Cuba, o la puesta bajo control estatal y regulación temporal de gobiernos nacionalistas en una veintena de países donde movimientos nacionales asumieron gobierno. Unos, de tipo burgués como en México, Brasil y Argentina entre las décadas del 30 y el 50, o de la clase media militar al mando de oficiales nacionalistas en otros países latinoamericanos, pero también en Egipto, Libia, Indonesia, Siria, Irak, etc.

Al desafío del entonces poderoso movimiento mundial de partidos y sindicatos marxistas, de inicios del siglo XX, se sumó el poderoso movimiento de los nacionalismos populares conocido luego como tercermundismo revolucionario en sus múltiples expresiones. Bandung fue la señal de su enorme potencial transformador.

Lenin, con bastante olfato, se adelantó a esa tendencia del siglo y promovió en los congresos fundacionales de la Tercera Internacional, hasta 1921, un programa para la unidad de los movimientos socialistas de cada país con los que aparecían en lo que él llamó, con sesgo reductivo, “pueblos orientales”. El eurocentrismo, primitivismo teórico y positivismo de izquierda que agobió al Estado soviético desde 1924, abortó la posibilidad abierta, en por lo menos dos objetivos posibles:

a) Arrancarle más territorios y poblaciones al auto expansivo dominio capitalista b) Blindar esas conquistas con una nueva cultura civilizatoria como punto de partida para nuevos avances sobre el dominio imperialista.

Ese grave límite, contradictorio con lo iniciado en cada país, facilitó la expansión imperialista sobre el planeta, en el sentido del “reajuste espacio-temporal” que sostienen Harvey.

El balance terrorífico de 100 años de imperialismo no ocurrió “por si solo”, o porque la dominación capitalista resulte mejor como espacio de convivencia humana, tampoco debido a las potencias económicas desbordantes del sistema del capital, resaltadas con demasiada frecuencia mediática por los apologetas del neoliberalismo; tampoco por alguna maldición teleológica de la que no se pueda desprender la humanidad.

Es que en este mismo período de aproximadamente un siglo concentrado en acciones, y extenso en sus transformaciones materiales y simbólicas, las fuerzas de resistencia a la dominación imperialista contemporánea, no tuvieron la mejor inteligencia política para actuar, organizarse a escala internacional o regional (a veces ni siquiera en el mezquino espacio nacional) y contrarrestar la autoexpansión capitalista y desatar sus nudos de dominio central.

Este factor suele ser descuidado en la evaluación histórica. También explica por qué buena parte de la izquierda intelectual o militante reduce las cuentas al existismo ciego o al lamento plañidero cuando se produce una derrota.

Desde la década de los años 30, con la estatización y jerarquización de la izquierda mundial, se instaló la mala maña de negarse a estudiar exhaustivamente la dialéctica entre victorias y derrotas como la partera del proceso histórico de la resistencia. La mayoría de la izquierda mundial se apartó de una rigurosa tradición teórica inaugurada por Marx en 1850, continuada veinte años más tarde con el magistral estudio de la derrota de La Comuna de París.

Este descuido ha impedido advertir que durante el siglo XX, a partir de sus permanentes rebeliones y revoluciones triunfantes, se alteró, y complejizó, la ley de causalidad del proceso histórico, adquiriendo la política, sea como victoria o como derrota, una función especial en el curso de la resistencia, que es la otra cara del avance del sistema económico del capital sobre el planeta.

Un investigador de la mundialización tan autorizado como el francés François Chesnais, aporta estos apuntes para adentrarse en este intrínguli de problemas entre economía y política militante:

“En el siglo XX, la producción capitalista no se enfrentó sólo con sus límites inmanentes, en el sentido de límites originados por las contradicciones de la acumulación. Debió afrontar límites de naturaleza política que se interpusieron en su libre desarrollo como sistema que busca abrazar todo el planeta. Estos límites fueron de dos tipos.

El primero se originó a consecuencia de las rivalidades interimperialistas que aparecieron al finalizar la gran expansión externa de los capitalismos nacionales. Las mismas llevaron a su paroxismo asumiendo la forma de guerras, terriblemente mortíferas a nivel demográfico y terriblemente destructoras a nivel de valores asociados con la idea de civilización. Pero tomaron también la forma de obstáculos muy fuertes a la libertad de movimientos de capitales... El capitalismo experimentó los efectos de un fuerte tabicamiento del mercado mundial. El segundo tipo de límite político experimentado por el capitalismo surgió como consecuencia de las grandes luchas de clases que nacieron aprovechando las brechas abiertas por las guerras interimperialistas que terminaron después de la Primera con la revolución en Rusia y treinta años más tarde, después de la Segunda, con la revolución en China, la independencia semiautárquica de la India y el movimiento de descolonización. Estos acontecimientos provocaron, simultáneamente, una restricción del espacio de valorización del capital y modificaciones en las relaciones entre el capital y el trabajo... El capitalismo de los años 1959 y 1960 fue un capitalismo trabado por relaciones domésticas relativamente favorables al capital y forzado a evolucionar en un mercado mundial a la vez restringido y tabicado. Se adaptó, pero sus estados mayores intelectuales y políticos buscaron los medios de recuperar su libertad y tomarse la revancha. Y lo lograron. Alrededor de 1992-94...” (Chesnais, François, Las contradicciones y antagonismos del capitalismo mundializado y sus amenazas a la humanidad. Revista Herramienta N° 34, páginas 7 a 11. Buenos Aires 2007

 

Debilidades estratégicas y potencialidades de un siglo rebelde

Lo sorprendente es que, durante ese período de estragos, despojos y guerras, en el que se consolidó el imperialismo como sistema mundial de economía y Estados, se registró como si fuera su inexorable anti cuerpo social, la mayor cantidad de actos de rebeldía y movimientos de resistencia, como pocas veces conoció la historia social.

Basta comparar las rebeliones, revoluciones, grandes manifestaciones y aparición de movimientos y organizaciones fuertes de rebeldía de oprimidos y explotados del siglo XIX, con la cantidad registrada en el siglo XX, para notar la pronunciada diferencia a favor del siglo. Si el siglo XVIII y parte del XIX ocupó el “siglo de las revoluciones burguesas”, en la definición de Hobsbawm y la escuela británica de historiadores, pues el XX abundó del mismo fenómeno social, pero de signo opuesto, las de los “condenados de la tierra”.

La paradoja aparente aumenta al recordar que en el siglo XIX nacieron el anarquismo, el nacionalismo militante de los nuevos Estados burgueses en Europa y América latina, y el marxismo. De esos movimientos sociales y sus revueltas épicas se produjeron los acontecimientos revolucionarios de 1848 que conmovieron los cimientos del centro de Europa. Apenas tres décadas antes, como parte del mismo fenómeno, en nuestro continente habían brotado revoluciones militares de norte a sur y producido personajes legendarios como Francisco de Miranda, Simón Bolívar, San Martín, Sucre, Hidalgo, Morazán, Artigas, etc. Sin olvidar el grito admonitorio de La Comuna de París en 1873.

En los casos donde se formaron gobiernos y zonas geopolíticas (como la Gran Colombia o la República Centroamericana) de poder basadas en nuevos regímenes apoyados en aquellos movimientos sociales decimonónicos, se mantuvo intacto el mecanismo de auto expansión del capital.

En varias medidas fue un siglo de transición entre dos grandes épocas revolucionarias y de crisis del sistema del capital, eso impuso el balance y valoración de las grandes revoluciones burguesas europeas recién terminadas en ambos continentes, aunque las de América latina, intensas y de mayor extensión territorial casi no fueron estudiadas.

Aquel siglo fue el de la preparación intelectual para los tiempos y nuevos actores sociales que se anunciaban como convulsos en las entrañas de La Comunne y en las revoluciones centroeuropeas de 1948, o en las mismas rebeliones de algunos pueblos de Asia, del mundo musulmán, o los brotes revolucionarios espasmódicos en Puerto Rico, Cuba, México y otros pueblos del Caribe, sin olvidar lo que anunciaban las Guerras del Pacífico y de la Triple Alianza.

Un siglo después, allí donde se logró cortar la amarras del dominio imperialista, como en la ex URSS, China, Vietnam y la ex Europa del Este, se retrocedió desde la década de los años 80 todo lo que se había avanzado durante medio siglo. Incluso si sumamos a aquel espacio geopolítico de resistencia a los gobiernos del nacionalismo militar y popular y de la izquierda latinoamericana como el cardenismo, el varguismo, el peronismo, el emenereismo boliviano y el sandinismo, que rompieron temporalmente algunas de las ataduras imperiales y actuaron con relativa autonomía, cada uno se devolvió sobre sus propios pasos debido a la misma causa que los obligó a enfrentar el dominio imperial.

La más sorprendente excepción a esa historia es el Estado cubano fundado en una revolución profunda y radical que rompió todas las ataduras imperiales y del capital logró sostenerse medio siglo bajo la amenaza de un Estado gigante a 90 millas de sus costas. Ese, que es sin duda su mérito más notorio en términos históricos, contuvo en su seno el peor de sus males: el aislamiento. Cuba se quedó de revoluciones por medio siglo.

Los actuales gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba, junto a los de Argentina, Nicaragua, Brasil, incluso el de Uruguay, están parados ante el mismo dilema. Con algunas ventajas que no tuvieron los de Perón, Vargas, Cárdenas o Juan Velasco Alvarado. En la última década se construyeron organismos supranacionales decisivos para construir esa zona defensiva vital a la sobreviviencia de nuestros países. El ALBA, la CELAC, PetroCaribe, PetroSur, Banco del Sur, Telesur, incluso organismos ambivalentes como UNASUR, son espacios de articulación inimaginables décadas atrás. Existen pueblos y movimientos con capacidad de acción anti imperialista para sostener proyectos emancipadores, todo eso en medio de un cambio global de relaciones de poder entre China y Estados Unidos y la Unión Europea, con apertura de brechas que son tan importante como los espacios ganados por el capital en los viejos dominios del “socialismo real” o el “comunismo chino”.

Sólo falta la comprensión histórica de la responsabilidad que tienen en sus manos, eso que Fidel llamaría “inteligencia estratégica”.

* Publicado con fines educativos. 





















 

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