Turno: Matutino.
Grado: Quinto Semestre: 3er. Grado . Grupo 5 Materia:
Historia Universal. Prof. Ismael Contreras Plata.
Nombre del estudiante___________________________________ No. List. _______
Despojos
y rebeliones a 100 años del imperialismo*
Modesto Emilio
Guerrero
UNdAv, Venezuela
Despojos y rebeliones
a 100 años del imperialismo
Theomai, núm. 36, pp.
119-127, 2017
Red Internacional de
Estudios sobre Sociedad, Naturaleza y Desarrollo
Número 36 (tercer
trimestre 2017) - number 36 (third trimester 2017)
Con cierta
relatividad se puede afirmar que estamos a un siglo del nacimiento del
imperialismo y que 100 años después de su aparición, el mundo fue transformado
por este primer sistema global de tal modo y en una extensión tan
significativa, que bien puede ser calificado de “otro” mundo.
Este nuevo mundo está
conformado por una vida social llena de “otros” mutuamente convertidos en
enemigos mediante la ley del valor y la mutación de casi todo lo existente en
mercancía, cosas que disputan con cosas con una creciente relación de
extrañamiento; hasta los recursos naturales y bienes comunes fueron convertidos
en enemigos a destruir.
Es casi lo opuesto al
mundo que existía en la década final del siglo XIX, cuando la forma
imperialista se formó como el nuevo sistema de control punitivo global del
capital. El imperialismo logró modificar las relaciones humanas y su memoria de
ellas como ningún otro poder imperial conocido.
Hace poco más de un
siglo la economía de libre cambio comercial e industrial mutó hasta
transformarse en un estructura de monopolios internacionales y consorcios
centralizados, por una simbiosis con los grandes bancos y los Estados más
fuertes; las economías centrales iniciaron su cruzada de inversiones externas
hacia cualquier lugar del planeta y con ellas nuevas formas de colonización de
poblaciones y territorios ricos en recursos.
El balance, 100 años
después, indica que superaron a la colonización clásica, pero más por su
extensión y mecanismos sofisticados, que por el uso de la violencia para la
expansión económica y la dominación política.
Uno de sus resultados
más sorprendentes es el tamaño y la intensidad cualitativa del despojo, no solo
medido en términos materiales de recursos sustraídos, sino también cuantificado
en naciones ultrajadas hasta convertirlas en desperdicios históricos: Haití,
Palestina, Media África, los atolones australianos, Afganistán, Irak, Siria,
los refugiados trepando los muros de Europa para sobrevivir a la barbarie como
si estuvieran filmando una película de anticipación del fascismo.
Este sistema global
se impuso mediante la instalación de una cultura civilizatoria basada en la
exclusión, hábitos masivos de la dominación social y jerarquización
interindividual, destruyendo lazos sociales centenarios de solidaridad en
pueblos enteros y entre ciudadanos y productores materiales. Todo, a través del
sutil mecanismo de la mercantilización de todo lo existente, convirtiendo las
relaciones humanas en relaciones entre cosas.
El autor colombiano
Renán Vega Cantor escribió una obra incomparable para demostrar lo que define
como “mecanismo de desposesión permanente”, mediante distintos tipos de despojo
que se hicieron sistémicos hasta la actual era imperialista:
“A comienzos del
siglo XXI, el fetichismo de la tecnología ha llegado a tal punto que, como lo
anticipó brillantemente Carlos Marx, las relaciones no se dan entre seres
humanos sino entre cosas inanimadas a las que se les atribuye vida propia, como
sucede con todo tipo de máquinas y artefactos. Por supuesto la dominación
capitalista se vale de la tecnología para mantener la explotación, las
injusticias, la desigualdad, la miseria, todo a nombre de una racionalidad
instrumental, que para completar se presenta como neutral (…)
Recordemos que en
estos momentos se nos anuncia que las Tecnologías de la Información y la
Comunicación han inaugurado una nueva fase de la historia humana, en la cual
habrían desaparecido las contradicciones esenciales del modo de producción
capitalista y ahora tendríamos la oportunidad de solucionar nuestros problemas
y los de la sociedad con la pretendida democratización que traerían consigo los
artefactos microelectrónicos, empezando por la computadora (…)
No por casualidad, el
elemento central de la concepción dominante de progreso es el de la tecnología,
a la que ha quedado reducido el mejoramiento en muchos casos aparente, en las
condiciones de vida de la población, dejando de lado la misma idea de progreso
moral (…)” (Renán Vega Cantor, Capitalismo y Despojo. Perspectiva histórica
sobre la expropiación universal de bienes y saberes. Impresol Ediciones,
páginas 16, 17, 18, Bogotá 2013)
Uno de los mitos de
la “cultura occidental” se funda en la sabia combinación de república
democrática con genocidio y despojo, lograda mediante la magia de crear estados
de opinión pública y sentidos comunes masivos en las poblaciones urbanas. El
“siglo de la democracia”, según definiciones de diversos apologetas del capital
y de las Naciones Unidas, se basa en dos grandes datos reales del siglo XX, de
los cuales han logrado invisibilizar uno. Es cierto que en este siglo se
estableció en la sociedad mundial, la mayor cantidad de “democracias
parlamentarias”, con sistemas jurídicos de tres poderes y sufragio universal,
que es la forma de democracia inventada por la clase de los burgueses para la
administración del sistema del capital.
En esa perspectiva,
Carlos Marx se equivocó en su 18 Brumario de Luis Bonaparte al absolutizar como
pronóstico histórico lo que en la Europa de su tiempo fue la experiencia
dominante y creer que el próximo siglo iba a estar dominado por “Estados
bonapartistas policiales”.
La diseminación
mundial de las formas republicanas y las democracias del sufragio y los tres
poderes no pudo desprenderse del genocidio, las masacres, las invasiones,
matanzas y represión constantes, allí donde encontraba resistencia a esa auto
expansión del capital. En la ex URSS, China y Cambodia, también aparecieron
otras formas de genocidio y matanzas masivas en el siglo XX, bajo regímenes
políticos opuestos.
El imperialismo del
siglo desarrolló una capacidad de adaptación, que le permitió, al mismo tiempo,
garantizar la expansión del capitalismo con democracias, con genocidios y con
la combinación de ambos sistemas de control social
La realidad de lo que
se conoce como democracia siempre fue más compleja que los tres poderes
republicanos. Un buen ejemplo es la “gran democracia norteamericana”, tan amada
desde Domingo Sarmiento hasta el Papa Francisco. Dentro de ella convivieron el
parlamentarismo, el voto universal, las libertades civiles y de prensa, con el
más feroz sistema de segregación racial de negros y mulatos, de pueblos
indígenas, japoneses, o más reciente de latinoamericanos y musulmanes.
Este intenso siglo de
despojos múltiples, como nunca sufrió ningún otro tiempo humano, multiplicó las
fracturas sociales y reprodujo las divisiones con la misma furia que se
reproducen sus capitales.
Esa estructura básica
de opresiones fue potenciada y multiplicada por el mecanismo de auto expansión
del capital a escala mundial. El mundo de comienzos del siglo XX fue fracturado
en tres mundos casi paralelos en sus modos de vida y bienestar, de esos tres
mundos pasamos a los bolsones de miseria dentro del “primer mundo” y la
profundización de la miseria incrustada en los otros, un panorama
suficientemente estudiado por los investigadores de la globalización y el
neoliberalismo.
En su carrera de
expansión sin límite, la clase de los capitalistas está llevando a la humanidad
al borde de su capacidad para sostenerse en este planeta, y esto ha sido
posible por la extensión e intensidad del control ejercido por una clase no
reconoce fronteras a su necesidad de ganancia. Y en ese movimiento de control
permanente, los dueños del capital a escala internacional se adaptaron a las
novedades del siglo XX e integraron a su naturaleza económica auto expansiva,
la necesidad nueva de defenderse de dos tipos de peligros, uno el “comunismo”,
comenzado como
gobierno por primera vez en 1917, el segundo, en paralelo y complementario en
términos sociales, aunque no siempre coincidente en sus propósitos políticos,
las rebeliones nacionalistas de los pueblos oprimidos y los Estados nación
semicoloniales.
Estas rebeliones
cruzaron como ciclones caribeños casi todo el siglo pasado y lo que va de este
y ha constituido el más grave dolor de cabeza del sistema dominante. La clase
de los capitalistas aprendió mucho más rápido que buena parte de la izquierda
mundial, que en la vida concreta de los procesos de rebeldía, esas “primitivas”
rebeliones de pueblos coloniales y semicoloniales, que apenas están alcanzando
la “civilización capitalista”, suelen desatarse fuerza sociales y políticas que
conducen a gobiernos socialistas o socializantes, empujados más por la
necesidad que por la conciencia y el programa socialista.
En un sentido, más
que el propio “comunismo”, al que pudo penetrar, aislar y derrotar sin una sola
guerra dentro de sus fronteras.
En cambio, a los
gobiernos rebeldes de cualquier tipo, en los pueblos oprimidos que
desarrollaron procesos revolucionarios o revoluciones triunfantes, incluso
cuando no pasaron de relativos cambios en el régimen político para ganar
soberanía, bienestar y un poco de democracia política, les aplicaron todas las
formas de guerra, especialmente las no convencionales, como hemos visto en los
últimos 15 años de nuestro continente contra los gobiernos llamados
“progresistas”.
América latina tuvo
la “mala suerte” de quedar espacialmente “abajo” del imperio más poderoso del
siglo XX. El costo de esa involuntaria colocación geoestratégica en el
hemisferio, reviste los mayores peligros para la estabilidad de las poblaciones
y los Estados del continente, incluso para los socios más amigables del
Pentágono. Todos, progresistas y proyanquistas somos objetivos de la cacería
imperialista; sin nuestros recursos bióticos, energéticos y de mano de obra
barata, el sistema del capital no puede auto expandirse en el próximo siglo.
David Harvey, ha
reconstruido la teoría del imperialismo, acudiendo al viejo concepto de
“creación de espacio” para nuevas acumulaciones de capital, una idea
reelaborada por Lucien Lefebvre a mediados del siglo XX, e intuida por Lenin y
Luxemburgo cuando estudiaron la expansión territorial de los nuevos monopolios
y la tendencia inexorable de los Estados dominantes a controlar nuevas naciones
y pueblos.
Esta fracturación
extrema de la sociedad mundial y de la vida individual generada por la
expansión del capital en su forma imperialista, tiene la siguiente explicación
de parte de Harvey:
“La idea principal en
que se basa el reajuste espacio-temporal es bastante sencilla. La
sobreacumulación en un territorio dado implica un excedente de mano de obra
(paro creciente) y excedentes de capital (que se manifiesta en un mercado
inundado de bienes de consumo a los que no se puede dar salida sin pérdidas, en
una alta improductividad y/o en excedentes de capital líquido carentes de
posibilidades de inversión productiva). Dichos excedentes pueden ser absorbidos
mediante: a) una reorientación temporal hacia proyectos de inversión de capital
a largo plazo o gasto social (como la educación o la investigación), que
aplazan la vuelta de circulación del exceso de capital hasta un futuro
distante; b) reorientaciones espaciales, mediante la apertura de nuevos
mercados, nuevas capacidades de producción y nuevas posibilidades de recursos y
mano de obra en otro lugar; o bien c) una combinación de a) y b) (…)
El reajuste
espacio-temporal por otra parte, es una metáfora de las soluciones a las crisis
capitalistas mediante aplazamientos temporales y expansiones geográficas. La
creación de espacio, la organización de divisiones territoriales del trabajo
totalmente nuevas, la apertura de nuevas y más baratas fuentes de recursos, de
nuevos espacios dinámicos para la acumulación de capital, y la penetración en
estructuras sociales preexistentes de las relaciones sociales capitalistas y
acuerdos institucionales...” (Harvey, D. El ”nuevo” imperialismo. Sobre
reajustes espacio-temporales y acumulación mediante desposesión. Revista
Herramienta, Buenos Aires 2004).
En nuestro caso, la
presión imperialista constante impidió, por ejemplo, que las revoluciones
liberadoras de comienzos del siglo XIX produjeran sociedades de bienestar
relativo, algo solo posible con la unificación de las economías y Estados en la
segunda mitad del mismo siglo. La clave de esa desgracia se encuentra en dos
factores que actúan combinados: la clase social dominante y el tipo de Estado
que sirvió a la estructuración del nuevo mundo latinoamericano. Ambos
instrumentos sociales se acoplaron al mecanismo de despojo implicado en la
expansión del capitalismo a escala mundial, que en esta parte del mundo tuvo a
Estados Unidos como la parte más avanzada de la economía de este lado del
mundo. Pero Estados Unidos tiene ese nombre porque su clase dominante logró
construir un solo Estado nación sobre un territorio subcontinental de
dimensiones similares a las de Latinomérica.
Otro investigador
actual, Ítzvan Mészáros, resume ese aspecto de la auto expansión contradictoria
del sistema del capital, en las siguientes afirmaciones de su obra El desafío y
la carga del tiempo histórico, Mészáros escoge el Estado nación como muestra
básica de dos aspectos clave del
establecimiento del
imperialismo. Primero, porque el Estado-nación republicano europeo fue el
instrumento usado para estructurar el dominio global, segundo, porque la clase
de los capitalistas fue el agente histórico de esa cultura de dominación. Ambos
sujetos fueron los encargados de aplicar “la tendencia auto expansionista a la
reproducción de capitales”, aquello que a comienzos del siglo, Rosa Luxemburgo
analizó como la nueva acumulación que engendró la forma imperialista.
“Uno de los mayores
impedimentos para el desarrollo socialista ha sido, y lo continúa siendo, la
persistente desatención de la cuestión nacional. En lo tocante a las
determinaciones prácticas/históricas, debemos recordar primero que nada que la
formación de las naciones modernas se cumplió bajo el liderazgo de la clase de
la burguesía. El sistema de relaciones entre los Estados constituido bajo los
imperativos auto expansionistas del capital no podía más que resultar
irremediablemente injusto. Tenía que fortalecer y reforzar constantemente la
posición altamente privilegiada del puñado de naciones imperialistamente del
mismo nivel.” (Mészáros, I., El desafío y la carga del tiempo histórico, pág.
420, Ediciones El Perro y la Rana, Caracas, 2009)
Esa misma herencia de
debilidad explica la dificultad que tienen los actuales “gobiernos
progresistas” para completar lo que cada uno inició como cambio nacional y
proclamó en nombre del proyecto regional latinoamericanista. A más de una
década de nuevas relaciones entre estos estados y economías “progresistas”, no
ha sido posible estructurar una zona defensiva en términos económicos y
políticos, a pesar de los avances evidentes en aproximación de Estados y
Gobiernos desde el año 2005 en adelante. La derrota del ALCA y otros hechos,
fueron solo la señal de que se podía. Esa potencialidad ganada no fue
convertida en geopolítica anti imperialista, salvo excepciones temporales.
Lo que hemos
denominado desde hace dos años tendencia a la reversión de los gobiernos
progresistas, es apenas la manifestación externa a escala regional, de que esos
gobiernos, por separado, y juntos en los organismos nuevos de aproximación,
como en la CELAC, UNASUR, ALBA, PetroCaribe, no fueron capaces de superar por
lo menos dos estadios, sin los cuales no se podrá avanzar un paso seguro en el
mercado mundial y frente al sistema mundial de Estados dominante:
a) romper las amarras
que atan esas economías al modelo de acumulación capitalista, b) completar los
cambios iniciados al interior (en formas diversas de asistencialismo e
inclusión de poblaciones excluidas del consumo por el neoliberalismo),
apartando del control de las economías y los Estados a los dueños del capital
local, asociados siempre al capital internacional por múltiples vínculos, como
lo demostraron los teóricos de la Dependencia. El retraso en esa tarea
histórica le está facilitando la labor a los poderes desplegados por el sistema
imperialista para doblegar y vulnerar a cada país progresista por separado.
Entre
el despojo y la rebelión
También hace más de
un siglo, el pensamiento rebelde comenzó a estudiar el fenómeno y dio a luz
obras fundantes del pensamiento socialista para comenzar a conocer, interpretar
y luchar contra la novedosa manifestación global del histórico sistema del capital.
La producción
intelectual del siglo XX abundó en obras que estudiaron el fenómeno
imperialista, basta recordar a John Hobson (1902), Rudolf Hilferding (1910),
Rosa Luxemburgo (1913), V. I. Lenin (1915), entre otras menos conocidas fueron
parte de los intensos debates de entonces. O en el medio siglo, a Sweezy y
Baran, Ernest Mandel, Gunder Frank o Samir Amin, entre decenas de autores que
produjeron un cuerpo de investigación especial sobre el fenómeno imperialista.
El imperialismo
contemporáneo resultó entonces, la confirmación más o menos ordenada,
sistémica, de la tendencia inmanente del capital, que, “al superar estos
límites {de la producción capitalista} ... solo puede superarlos recurriendo a
medios que vuelven a levantar ante ella estos mismos límites, todavía con mayor
fuerza” (El Capital, K. Marx, Libro III, FCE, vol. 3 pág. 248).
No le salió gratis.
Tuvo que enfrentar los mayores desafíos políticos desde los movimientos de
resistencia, rebeliones y revoluciones triunfantes, para las que no estaban
preparados sus conductores. En 1917 fue sorprendida por la pérdida del más
grande territorio multinacional a manos de los bolcheviques, pero peor le fue
tres décadas más tarde cuando tuvo que soportar el corte de las dos naciones
más pobladas, una a manos del “comunismo chino”, la otra liberada parcialmente
por el movimiento nacionalista popular hindú del Partido del Congreso.
A ese balance
preocupante (para ellos) deben sumarse las otras victorias anti imperialistas
en una decena de países importantes.
Los monopolios y sus
Estados imperiales debieron soportar y acomodarse al corte brusco en casos como
Vietnam o Cuba, o la puesta bajo control estatal y regulación temporal de
gobiernos nacionalistas en una veintena de países donde movimientos nacionales asumieron
gobierno. Unos, de tipo burgués como en México, Brasil y Argentina entre las
décadas del 30 y el 50, o de la clase media militar al mando de oficiales
nacionalistas en otros países latinoamericanos, pero también en Egipto, Libia,
Indonesia, Siria, Irak, etc.
Al desafío del
entonces poderoso movimiento mundial de partidos y sindicatos marxistas, de
inicios del siglo XX, se sumó el poderoso movimiento de los nacionalismos
populares conocido luego como tercermundismo revolucionario en sus múltiples
expresiones. Bandung fue la señal de su enorme potencial transformador.
Lenin, con bastante
olfato, se adelantó a esa tendencia del siglo y promovió en los congresos
fundacionales de la Tercera Internacional, hasta 1921, un programa para la
unidad de los movimientos socialistas de cada país con los que aparecían en lo
que él llamó, con sesgo reductivo, “pueblos orientales”. El eurocentrismo,
primitivismo teórico y positivismo de izquierda que agobió al Estado soviético
desde 1924, abortó la posibilidad abierta, en por lo menos dos objetivos
posibles:
a) Arrancarle más
territorios y poblaciones al auto expansivo dominio capitalista b) Blindar esas
conquistas con una nueva cultura civilizatoria como punto de partida para
nuevos avances sobre el dominio imperialista.
Ese grave límite,
contradictorio con lo iniciado en cada país, facilitó la expansión imperialista
sobre el planeta, en el sentido del “reajuste espacio-temporal” que sostienen
Harvey.
El balance
terrorífico de 100 años de imperialismo no ocurrió “por si solo”, o porque la
dominación capitalista resulte mejor como espacio de convivencia humana,
tampoco debido a las potencias económicas desbordantes del sistema del capital,
resaltadas con demasiada frecuencia mediática por los apologetas del
neoliberalismo; tampoco por alguna maldición teleológica de la que no se pueda
desprender la humanidad.
Es que en este mismo
período de aproximadamente un siglo concentrado en acciones, y extenso en sus
transformaciones materiales y simbólicas, las fuerzas de resistencia a la
dominación imperialista contemporánea, no tuvieron la mejor inteligencia
política para actuar, organizarse a escala internacional o regional (a veces ni
siquiera en el mezquino espacio nacional) y contrarrestar la autoexpansión
capitalista y desatar sus nudos de dominio central.
Este factor suele ser
descuidado en la evaluación histórica. También explica por qué buena parte de
la izquierda intelectual o militante reduce las cuentas al existismo ciego o al
lamento plañidero cuando se produce una derrota.
Desde la década de
los años 30, con la estatización y jerarquización de la izquierda mundial, se
instaló la mala maña de negarse a estudiar exhaustivamente la dialéctica entre
victorias y derrotas como la partera del proceso histórico de la resistencia. La
mayoría de la izquierda mundial se apartó de una rigurosa tradición teórica
inaugurada por Marx en 1850, continuada veinte años más tarde con el magistral
estudio de la derrota de La Comuna de París.
Este descuido ha
impedido advertir que durante el siglo XX, a partir de sus permanentes
rebeliones y revoluciones triunfantes, se alteró, y complejizó, la ley de
causalidad del proceso histórico, adquiriendo la política, sea como victoria o
como derrota, una función especial en el curso de la resistencia, que es la
otra cara del avance del sistema económico del capital sobre el planeta.
Un investigador de la
mundialización tan autorizado como el francés François Chesnais, aporta estos
apuntes para adentrarse en este intrínguli de problemas entre economía y
política militante:
“En el siglo XX, la
producción capitalista no se enfrentó sólo con sus límites inmanentes, en el
sentido de límites originados por las contradicciones de la acumulación. Debió
afrontar límites de naturaleza política que se interpusieron en su libre desarrollo
como sistema que busca abrazar todo el planeta. Estos límites fueron de dos
tipos.
El primero se originó
a consecuencia de las rivalidades interimperialistas que aparecieron al
finalizar la gran expansión externa de los capitalismos nacionales. Las mismas
llevaron a su paroxismo asumiendo la forma de guerras, terriblemente mortíferas
a nivel demográfico y terriblemente destructoras a nivel de valores asociados
con la idea de civilización. Pero tomaron también la forma de obstáculos muy
fuertes a la libertad de movimientos de capitales... El capitalismo experimentó
los efectos de un fuerte tabicamiento del mercado mundial. El segundo tipo de
límite político experimentado por el capitalismo surgió como consecuencia de
las grandes luchas de clases que nacieron aprovechando las brechas abiertas por
las guerras interimperialistas que terminaron después de la Primera con la
revolución en Rusia y treinta años más tarde, después de la Segunda, con la
revolución en China, la independencia semiautárquica de la India y el
movimiento de descolonización. Estos acontecimientos provocaron, simultáneamente,
una restricción del espacio de valorización del capital y modificaciones en las
relaciones entre el capital y el trabajo... El capitalismo de los años 1959 y
1960 fue un capitalismo trabado por relaciones domésticas relativamente
favorables al capital y forzado a evolucionar en un mercado mundial a la vez
restringido y tabicado. Se adaptó, pero sus estados mayores intelectuales y
políticos buscaron los medios de recuperar su libertad y tomarse la revancha. Y
lo lograron. Alrededor de 1992-94...” (Chesnais, François, Las contradicciones
y antagonismos del capitalismo mundializado y sus amenazas a la humanidad.
Revista Herramienta N° 34, páginas 7 a 11. Buenos Aires 2007
Debilidades
estratégicas y potencialidades de un siglo rebelde
Lo sorprendente es que,
durante ese período de estragos, despojos y guerras, en el que se consolidó el
imperialismo como sistema mundial de economía y Estados, se registró como si
fuera su inexorable anti cuerpo social, la mayor cantidad de actos de rebeldía
y movimientos de resistencia, como pocas veces conoció la historia social.
Basta comparar las
rebeliones, revoluciones, grandes manifestaciones y aparición de movimientos y
organizaciones fuertes de rebeldía de oprimidos y explotados del siglo XIX, con
la cantidad registrada en el siglo XX, para notar la pronunciada diferencia a
favor del siglo. Si el siglo XVIII y parte del XIX ocupó el “siglo de las
revoluciones burguesas”, en la definición de Hobsbawm y la escuela británica de
historiadores, pues el XX abundó del mismo fenómeno social, pero de signo
opuesto, las de los “condenados de la tierra”.
La paradoja aparente
aumenta al recordar que en el siglo XIX nacieron el anarquismo, el nacionalismo
militante de los nuevos Estados burgueses en Europa y América latina, y el
marxismo. De esos movimientos sociales y sus revueltas épicas se produjeron los
acontecimientos revolucionarios de 1848 que conmovieron los cimientos del
centro de Europa. Apenas tres décadas antes, como parte del mismo fenómeno, en
nuestro continente habían brotado revoluciones militares de norte a sur y
producido personajes legendarios como Francisco de Miranda, Simón Bolívar, San
Martín, Sucre, Hidalgo, Morazán, Artigas, etc. Sin olvidar el grito admonitorio
de La Comuna de París en 1873.
En los casos donde se
formaron gobiernos y zonas geopolíticas (como la Gran Colombia o la República
Centroamericana) de poder basadas en nuevos regímenes apoyados en aquellos
movimientos sociales decimonónicos, se mantuvo intacto el mecanismo de auto expansión
del capital.
En varias medidas fue
un siglo de transición entre dos grandes épocas revolucionarias y de crisis del
sistema del capital, eso impuso el balance y valoración de las grandes
revoluciones burguesas europeas recién terminadas en ambos continentes, aunque
las de América latina, intensas y de mayor extensión territorial casi no fueron
estudiadas.
Aquel siglo fue el de
la preparación intelectual para los tiempos y nuevos actores sociales que se
anunciaban como convulsos en las entrañas de La Comunne y en las revoluciones
centroeuropeas de 1948, o en las mismas rebeliones de algunos pueblos de Asia,
del mundo musulmán, o los brotes revolucionarios espasmódicos en Puerto Rico,
Cuba, México y otros pueblos del Caribe, sin olvidar lo que anunciaban las
Guerras del Pacífico y de la Triple Alianza.
Un siglo después,
allí donde se logró cortar la amarras del dominio imperialista, como en la ex
URSS, China, Vietnam y la ex Europa del Este, se retrocedió desde la década de
los años 80 todo lo que se había avanzado durante medio siglo. Incluso si sumamos
a aquel espacio geopolítico de resistencia a los gobiernos del nacionalismo
militar y popular y de la izquierda latinoamericana como el cardenismo, el
varguismo, el peronismo, el emenereismo boliviano y el sandinismo, que
rompieron temporalmente algunas de las ataduras imperiales y actuaron con
relativa autonomía, cada uno se devolvió sobre sus propios pasos debido a la
misma causa que los obligó a enfrentar el dominio imperial.
La más sorprendente
excepción a esa historia es el Estado cubano fundado en una revolución profunda
y radical que rompió todas las ataduras imperiales y del capital logró
sostenerse medio siglo bajo la amenaza de un Estado gigante a 90 millas de sus
costas. Ese, que es sin duda su mérito más notorio en términos históricos,
contuvo en su seno el peor de sus males: el aislamiento. Cuba se quedó de
revoluciones por medio siglo.
Los actuales
gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba, junto a los de Argentina,
Nicaragua, Brasil, incluso el de Uruguay, están parados ante el mismo dilema.
Con algunas ventajas que no tuvieron los de Perón, Vargas, Cárdenas o Juan
Velasco Alvarado. En la última década se construyeron organismos
supranacionales decisivos para construir esa zona defensiva vital a la
sobreviviencia de nuestros países. El ALBA, la CELAC, PetroCaribe, PetroSur,
Banco del Sur, Telesur, incluso organismos ambivalentes como UNASUR, son
espacios de articulación inimaginables décadas atrás. Existen pueblos y
movimientos con capacidad de acción anti imperialista para sostener proyectos
emancipadores, todo eso en medio de un cambio global de relaciones de poder
entre China y Estados Unidos y la Unión Europea, con apertura de brechas que
son tan importante como los espacios ganados por el capital en los viejos
dominios del “socialismo real” o el “comunismo chino”.
Sólo falta la
comprensión histórica de la responsabilidad que tienen en sus manos, eso que
Fidel llamaría “inteligencia estratégica”.
* Publicado con fines educativos.
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