El mito de la meritocracia y a quién beneficia que sigamos creyendo en él
Hoy en día todos hablamos de la meritocracia, siempre de forma
positiva. ¿Cómo no íbamos a hacerlo? ¿Quién iba a estar en contra de un
“sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en
función de los méritos personales”, según la
definición de la RAE? Estar en contra de la meritocracia es como estar en
contra de la salud, de la paz mundial o de la infancia. Es imposible
por definición.
Lo que menos recuerdan es que
“meritocracia” fue utilizado por primera vez como un término negativo o, al
menos, satírico. Fue el sociólogoMichael Young quien
lo acuñó en 1958 en 'The Rise of the Meritocracy', en el
cual presentaba un futuro distópico en el que el Estado valoraba la aptitud y
la inteligencia por encima de todo, seleccionando a los miembros de la élite y olvidando al resto. “El
mérito es igual a la inteligencia más el esfuerzo, sus propietarios se
identifican a una temprana edad y son seleccionados para una apropiada
educación intensiva, y hay una obsesión con la cuantificación, la realización
de tests y las notas”, escribía en
el libro
¿Les suena? No queda ahí la cosa: en la
sociedad del libro de Young, “los talentosos tienen la oportunidad de alcanzar
el nivel que se muestra de acuerdo con sus capacidades, y las clases bajas por
lo tanto están pensadas para aquellos que tienen peores habilidades”. Es Jonathan
Derbyshire, editor de 'The Financial Times', quien ha
recuperado la cita en la reseña de tres nuevos libros que nos ayudan a entender
no solo por qué la meritocracia no es más que un mito, sino también a quién
beneficia que sigamos creyendo en ella.
La
realidad es dolorosa
En abril de 2009, el profesor de Economía
de la Universidad de Cornell Robert Frank publicó
una columna de opinión en 'The New York Times', en la que
arrancaba recordando que el papel que la suerte tiene en
el éxito es mucho mayor que lo que la gente –especialmente, aquella que suele
presumir de haber llegado muy lejos– piensa. “Al contrario de lo que muchos
padres dicen a sus hijos, el talento y el trabajo duro no son ni necesarios
ni suficientes para el éxito económico”, escribía. “Ayuda ser talentoso y
trabajar duro, por supuesto, pero hay gente que disfruta de un éxito
espectacular a pesar de no tener ni una cosa ni la otra”.
La mayor parte de gente talentosa, en
realidad, se esfuerza muchísimo para conseguir un éxito
moderado. “Hay miles de ellos por cada persona habilidosa y
perseverante que se hace rica, disparidades que emergen de eventos al azar”,
señalaba. Parece ser que tocó unos cuantos puntos sensibles, puesto que fue
recibido en Fox Business de manera hostil, por decirlo suavemente, como
recuerda un artículo publicado en 'The New York Magazine'. “¿Sabes cómo
de insultante fue leer eso?”, le espetó el presentador Stuart Varney,
“Vine a América con nada hace 35 años. He
conseguido ser alguien, creo que a través del trabajo duro, el talento, la toma
de riesgos, y tú has escrito en 'The New York Times' que es suerte”, le acusó.
Sin embargo, como el propio Frank recordó en una presentación de su último
libro, 'Success and Luck: Good Fortune and the Myth of
Meritocracy' (Princeton University Press), el presentador se
había graduado en la London School of Economics, así que no era precisamente un
don nadie. Sin embargo, la anécdota refuerza la tesis de su libro: a la gente
que ha tenido éxito le gusta pensar que este se ha debido única y exclusivamente a su esfuerzo y talento, cuando
en realidad, no habría sido posible sin una pequeña ración de suerte.
Ello no quiere decir, obviamente, que el
talento sea inútil. Pero hay multitud de factores que llevan a que uno triunfe
o no, como puede ser que otros actores rechacen el papel por el que serás
lanzado al estrellato –como le ocurrió a Al Pacino o a Bryan Cranston, dos de los ejemplos utilizados en
el libro– o simplemente que tu fecha de nacimiento sea una u otra, lo que
provoca que los jugadores de hockey nacidos en enero lleguen más lejos que los
nacidos en otros meses del año, como puso de manifiesto Malcolm Gladwell. Frank señala
que “la gente exitosa tiende a infravalorar el rol de la suerte en su éxito”,
en la línea que lo que el autor de 'La gran apuesta', Michael Lewis, espetó a los alumnos de Princeton: y que, más importante, ello
tiene serias implicaciones políticas que
suelen ser pasadas por alto.
¿Liberal
o conservador meritocrático?
Lo escribe Frank en su nuevo libro: el
papel que el esfuerzo y el mérito juegan en el éxito
personal es una de las grandes diferencias entre conservadores y liberales
modernos. “Como los conservadores observan correctamente, la gente que amasa
grandes fortunas es casi siempre extremadamente talentosa y trabajadora”,
explica el economista. “Pero como los liberales también señalan correctamente,
incontables personas con las mismas cualidades no llegan a ganar mucho”. Y,
como añade la reseña de 'The Financial Times', no hay duda de que Frank se
siente más cercano de estos últimos.
¿Por qué? Principalmente, por las
importantes repercusiones políticas que tienen estas dos visiones del mundo.
Todos disfrutamos de diferentes grados de suerte: tanto desde el lugar en el
que hemos nacido (el mero hecho de haberlo hecho en un país occidental nos da
una ventaja significativa respecto al resto de ciudadanos del planeta) a nuestra propia genética o nuestros orígenes socailes. Aunque se encuentre
en nuestra mano aprovechar nuestras cualidades, es nennegable que hay factores tanto biológicos que influyen en
nuestra inteligencia, belleza, simpatía o
encanto como sociológicos en cuanto al nivel socieconómico o la preocupación
que nuestros padres han mostrado por nosotros.
Para Frank, la
ideología de la meritocracia ha causado un gran daño, puesto
que afecta a la manera en que las sociedades occidentales en general y la
estadounidense en particular se organizan a la hora de enfrentarse a la
desigualdad y a adoptar políticas que garanticen la igualdad de oportunidades
entre los más favorecidos y los menos. También es una de las bases de la corrupción, ya que minimiza la conciencia de los más ricos de
que los impuestos y las reformas políticas son necesarias para “apoyar la
inversión necesaria para mantener un buen entorno”.
Algunos
compartían la sensación de que su acumulación de riqueza había sido chiripa,
incluso un accidente
Una
tesis que comparte otro de los libros reseñados en el rotativo financiero, 'Social Class in the 21st
Century', editado por un grupo de
investigadores de la London School of Economics capitaneados por Mike Savage. Esta vez desde una perspectiva británica,
el autor señala que las clases sociales se han distanciado gracias al discurso de la meritocracia. Algunos recordarán a
Savage por haber sido el creador de las siete clases sociales que dieron mucho que hablar hace unos años: la
élite, la clase media establecida, la clase media técnica, los nuevos
trabajadores prósperos, la clase trabajadora tradicional, los trabajadores del
sector servicios emergentes y el precariado. Pero sobre todo, pone de manifiesto
que en su investigación le permitió descubrir que los que pertenecían a
las clases sociales más altas solían considerar que sus bienes eran el producto
de su talento, aunque algunos compartían “la sensación de que su acumulación de
riqueza había sido chiripa, incluso un accidente”.
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