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Nueve de marzo
Primera entrevista a 5 meses de que fue agredida
Lo que vivimos las mujeres en México es un retroceso de la humanidad: María Elena Ríos
En septiembre de 2019, la saxofonista oaxaqueña fue rociada con ácido, el cual quemó gran parte de su cuerpo // Mientras ella intenta recuperarse, el autor intelectual de la agresión continúa prófugo de la justicia
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No tienen idea de lo que es tratar de reconstruirte, recoger cada pedazo de tu cuerpo todos los días y saber que ni siquiera así vas a recuperar lo que tenías antes, afirma María Elena Ríos en la entrevista con La Jornada.Foto Marco Peláez
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▲ María Elena es la cuarta mujer quemada con ácido que denuncia en México, y la primera en el estado de Oaxaca.Foto Marco Peláez
Blanche
Petrich
Periódico
La Jornada
Lunes 24 de febrero de 2020, p. 2
El saxofón de María Elena
Ríos Ortiz quedó solitario y silencioso en un cuarto en Huajuapan, Oaxaca, con
su estuche corroído por el ácido sulfúrico. Su dueña vive refugiada en otro
lugar, dañada del cuerpo y del alma, como ella dice, buscando estar lejos
del alcance del agresor que pagó 30 mil pesos a dos hombres, empleados suyos,
para que vaciaran dos litros del químico más corrosivo en el rostro, los brazos
y el pecho de esta joven.
Eso ocurrió el 9 de
septiembre del año pasado. Han transcurrido cinco meses y en muchos momentos,
en este tiempo, María Elena ha deseado haber muerto, porque no quiero, no
acepto estar en este cuerpo doliente. Pero en otros momentos
admite: Cuando una mujer quemada queda viva, no nos queda otra que ser
fuertes. Y para mala suerte de Juan Antonio Vera Carrizal, mi agresor, yo quedé
viva.
Male cumplió 27 años el 18
de febrero. Habla en entrevista por primera vez y transita por la historia de
este sádico crimen de odio feminicida, a ratos bañada en lágrimas y por
momentos con una determinación asombrosa. En ningún momento pierde la
perspectiva del contexto. En cinco meses, desde que me pasó esto, 20
mujeres han sido asesinadas cada día. Esto que vivimos las mujeres ahora en
México no es normal, es un retroceso de la humanidad, una falla en la
evolución.
Recuerda que cada vez que
ella planteaba el fin de la relación abusiva que tenía con Vera Carrizal (un
hombre casado de 56 años, con hijos adultos, ex diputado del PRI, dueño de 16
gasolineras en Oaxaca y propietario de una radioemisora y varios portales de
noticias en Huajuapan) él reviraba: Si eso es lo que quieres, no mereces
vivir.
Ella no advirtió que él la
estaba sentenciando: Y eso es lo que intentó, darme una muerte lenta
vaciándome ácido. Pero para su mala suerte estoy viva, con mucho dolor, con
mucha tristeza, pero cada día más fuerte. Porque no queda de otra. Y lo estoy
logrando gracias a mis padres, a mi hermana Silvia, que se convirtió en una
activista para defenderme, y a tantas voces de mujeres que se han alzado por
mí, que sé que son mis amigas, aunque no conozca sus nombres ni sus caras.
La chiquita del saxofón
María Elena Ríos Ortiz, orgullosamente
oaxaqueña, decide hablar, después de cinco meses de silencio. Ella determina
los ángulos para que el fotógrafo y la camarógrafa de La Jornada hagan
sus tomas y se arranca de un hilo con su narración, estrujando un clínex hasta
dejarlo hecho migajas. A ratos se quiebra. Y junta sus pedazos para continuar.
Crecí en un pueblo muy
bonito que se llama Santo Domingo Tonalá, cerca de un jardín de sabinos,
jugando con el agua del manantial, cerca de la casa del general Lázaro
Cárdenas, bañándome en el río Boquerón, comiendo el pan de mi tía Cristo. Desde
muy pequeña mis papás me metieron a la orquesta del pueblo. Siempre quise tocar
el saxofón, pero como era la más chiquita de la banda el maestro no me dejaba,
decía que no lo iba a aguantar. Insistí tanto que al final me lo dio. Empecé a
tocarlo alrededor de los ocho años. Estudiábamos en el bosque. Cada niño tenía
su propio árbol. Así es como empecé a tener una identidad.
A los 18 años se fue a
Puebla para estudiar ciencias de la comunicación en la BUAP. Ahí conoció a una
muchacha que tocaba el violín y le habló del conservatorio de música del
estado. Male acudió de inmediato a hacer exámenes. Cursó tres años del nivel
técnico.
Ya con una licenciatura
regresó a Huajuapan con la idea de buscar dónde tocar lo que a ella más le
gusta, la música de banda oaxaqueña. Y por necesidad respondió a una solicitud
de empleo para manejar la comunicación social de un diputado priista. Pero
nunca dejé la idea de que yo quería dedicarme a la música. El plan era venirme
a México para seguir mi carrera musical.
–¿Cómo se cruzó en tu vida
este agresor?
–Cuando regresé a Huajuapan
salió la oportunidad de trabajar con Juan Vera en lo que yo había estudiado,
comunicación. Posteriormente se dio una relación con él. Hay personas que se
atreven a criticarme y dicen que si me trataba mal por qué no lo dejaba. Pero
una persona violenta como él es capaz de envolverla a una en un círculo de
miedo. Yo estaba aterrada, entonces le hablaba bonito para que no me agrediera,
para tenerlo contento, porque si no, me golpeaba, me empujaba.
“Destruyó mi autoestima: me
decía que era fea, burra, zorra, puta. Y llegué a creerlo. Sobre todo, me
agredía mucho con las cosas que a mí me gustaban. Decía que los músicos somos
unos muertos de hambre y que la cultura no sirve para nada. Cuando yo lo que
creo es que lo mejor de la vida es la música.
“Una vez me mandó llamar
fuera del país. Ahí me di cuenta de que tenía relaciones con otras chicas más
jóvenes que yo. Me agredió y en defensa yo le clavé las uñas. Entonces me
amenazó con mandarme a la policía. Pude huir y regresar a México.
Cuando le dije que iba a
romper con él, me dijo que eso lo iba pagar con Dios. Lo que nunca me imaginé
fue que él se creía ese dios, con el derecho y el poder de destruir mi vida. Y
sí, me la destruyó. No sólo a mí sino a mis padres y a mis tres hermanos. Y me
destruyó justamente cuando decidí ser valiente, cuando empecé a creer en mí.
Todo duele
Detrás de la piel adolorida de Male, por
encima de la depresión que ciertas mañanas la amarra a la cama y la enmudece,
siempre aflora su solidaridad con las otras mujeres. “Todo duele. Y más duele
cuando miro alrededor y veo que no soy la única, que hay muchas mujeres a las
que matan por el solo hecho de ser mujeres. Yo no sé en qué punto se perdió el
sentido común de la humanidad, en qué momento se empezó a creer que las mujeres
valemos menos. Él siempre me lo decía: la mujer se hizo para estar en su casa,
hacerle la comida a su hombre, cargar al niño con su rebozo. Yo no crecí con
esa idea, pero fue tanto mi miedo que llegué a creer que sí, que yo valía
menos.
“Hasta me siento
avergonzada de ver a mis amigos y no sé por qué, si yo no tengo ninguna culpa.
Simplemente cometí un error, el de pensar que este hombre no era tan malo. En
eso me equivoqué. Pero ni siquiera por eso merecía que me rociaran así con
ácido sulfúrico.
Por más vueltas que le doy
no logro entender este tipo de repudio hacia las mujeres.
–Es una pregunta que nos
hacemos muchas cuando vemos estas conductas inhumanas.
–Y tampoco entiendo por qué
ahora yo y mis padres tenemos que estar refugiados. No debería ser así, las
autoridades deberían hacer algo para que nosotros nos podamos sentir seguros. A
la víctima no le corresponde dejar su casa. No fui yo la que cometió un delito.
Esa desprotección en la que nos dejan es lo que nos hace sentir que nosotras tenemos
la culpa de lo que nos pasó, que nosotros lo provocamos.
Violencia hospitalaria
–¿Quieres hablar de tu experiencia en el
Hospital General de Oaxaca, donde estuviste internada tres meses?
–Estaba en una sala con
otras mujeres muy enfermas. Y ellas casi siempre estaban solas. No debía estar
expuesta así. Se me cayó la piel de la cara y el cuello, toda la piel del brazo
derecho, las manos, el pecho, las rodillas. Varias de las cirugías que me
hicieron ahí no sirvieron, los injertos se caían. Y eso pasa cuando hay
bacterias.
Para empezar, ese hospital
ni siquiera tiene la especialización de quemados, no tiene salas estériles, ni
siquiera los baños están limpios. Mi mamá tenía que lavar con desinfectante
todo el baño para que yo pudiera entrar.
La abogada defensora de
María Elena, Ana Katiria Suárez, presente en la entrevista, explica que ante la
falta de recursos específicos para un caso como el de esta víctima, la
Secretaría de Salud de Oaxaca, que encabeza Donato Casas, estaba obligada por
ley a pedir apoyo a los institutos nacionales. No lo hizo hasta que la hermana
de María Elena, Silvia Ríos, denunció públicamente e insistió. Fue hacia el
cuarto mes que fue trasladada, después de firmar un convenio con las
autoridades estatales en el que éstas se comprometen a proporcionar los insumos
necesarios para el cuidado de la víctima, pero también obliga a la víctima a
abstenerse de cualquier denuncia por negligencia u omisiones en contra de las
autoridades hospitalarias.
Ya a punto de ser
trasladada, María Elena recibió la visita de un cirujano que no era quien la
atendía: “‘Doctor Salvador Aguilar’. Me gritó enfrente de las demás personas.
Insistió en que me tenía que tomar fotografías de mi brazo quemado. Yo y mis
papás hemos tenido mucho cuidado con eso, queremos proteger también mi cara y
mi cuerpo, porque a mí me da pena así como está. Pero este doctor no tuvo
consideración. Después me enteré de que él es el cirujano particular de mi
agresor, porque he sabido que Vera se ha hecho varias cirugías plásticas para
estirarse la piel y modificar su nariz. Entonces yo concluyo que le pasaba
información al hombre que ordenó mi agresión, lo cual me pone en una doble
desventaja, como víctima y como una persona expuesta todavía a sus acciones.”
El 14 de diciembre la joven
fue finalmente trasladada en una ambulancia aérea al Instituto Nacional de
Rehabilitación, al área de quemados. “Fue cuando realmente empezó mi
tratamiento. Me hicieron varias tomas de piel de mis piernas para hacer
nuevamente los injertos en los brazos y en el párpado. Así salvé el ojo. Llevo
seis cirugías y faltan muchas más. Ahora estoy tomando casi todos los días
rehabilitación, que es muy dolorosa. Y sé que, aunque pasen muchos años mi
recuperación nunca va a ser total.
El espejo
Cuenta que una sola vez se ha visto en el
espejo, “y con eso tuve suficiente, no tengo ganas de volverme a ver nunca, no
me reconozco. Ésta no soy yo.
“Durante los primeros días
en el hospital, cuando no me podía mover para nada, me preguntaba: ‘¿Cómo voy a
poder dirigir así una orquesta?’ Truncaron mi vida, mis sueños. Son tantas las
cosas que me dan vueltas en la cabeza. He llegado a pensar que la música fue mi
maldición. Si yo no hubiera rezongado, como decía, si hubiera seguido con él,
no me hubiera pasado esto. ¿Esto me pasó por ser valiente?”
Según la estadística que
María Elena conoció, ella es la cuarta mujer quemada con ácido que denuncia en
México y la primera en Oaxaca. Pero yo ya no sé si es cierto. ¿Cuántos
casos no se denuncian? Muchas no se atreven porque la sociedad las critica,
como lo han hecho conmigo.
–¿Criticarte a ti?
–En redes sociales de su
entorno, en los medios locales. Dicen que yo me lo busqué. Yo pienso que ningún
criminal en el mundo, ni siquiera él, merece que le hagan esto. Pero eso no
quiere decir que no se haga justicia.
La forma en que me trataron
las autoridades me hizo sentir como si yo no tuviera derechos, como que tendría
que estar muy agradecida porque me están haciendo un favor enorme. Hasta ahora
estoy entendiendo que no es así.
Ese lunes
–¿Quieres hablar sobre cómo fue ese día?
–Fíjate que una semana
antes, al salir de la casa me encontré en la banqueta una cubeta llena de
gusanos. Tuve la intuición de que fue él, que quería asustarme. Él hacía ese
tipo de cosas.
“Había abierto una agencia
de viajes en mi casa, vendía boletos de avión, ayudaba a la gente a tramitar
sus pasaportes, pero justo esa semana fui a un curso de dirección de orquestas
sinfónicas en la ciudad de Oaxaca. Al finalizar el curso, el sábado, alguien me
llama y me pregunta que cuándo voy a abrir el negocio porque necesitan un
pasaporte. Les di cita para el lunes a las 10 de la mañana.
“Ese día, cuando desperté,
no sé si como un presentimiento, miré mis piernas y mis brazos y agradecí mucho
a Dios por estar viva. Me fui muy contenta a trabajar. Cuando tocaron la puerta
abrí y vi a un señor con ropa muy humilde, de huaraches, y llevaba un
recipiente. Hasta pensé: ‘Pobrecito, ha de llevar su almuerzo’. Lo hice pasar y
le ofrecí asiento. Me dijo que el pasaporte era para su mamá. Me di vuelta al
escritorio y me senté para explicarle lo que se tiene que hacer cuando se
pierde un pasaporte. Él se paró y de alguna manera limitó el movimiento de mis
piernas y empezó a vaciarme el ácido en la cara.
“Empecé a sentir el ardor.
Vi cómo se caían los pedazos de mi piel. Grité y corrí hacia el interior de la
casa. Mi mamá salió y lo primero que hizo fue abrazarme, por eso ella también
se quemó el pecho, los brazos y su abdomen. Cuando ella salió corriendo el
hombre ya se había ido. En ese momento no había agua en la casa. Una vecina me
dio una cubeta llena de agua y me la eché a la cara. Mis brazos ya estaban abiertos. Llamaron a una
ambulancia.
“Mientras me subían a la
ambulancia yo le llamé. Le dije: ‘Vinieron y me rociaron con ácido, Juan,
fuiste tú’. Y él todavía se rio.”
La justicia
–¿Qué significa ahora la justicia para ti?
–Para mí, la única justicia
sería que lo arresten de manera inmediata. Pero las autoridades me han hecho
sentir muy vulnerable y sin fe. Han hecho sentir como un carpetazo más, como
una quemada más. Los autores materiales ya están presos, Ruvicel, un albañil
que fue el que me vació el ácido, y su papá, Ponciano, que vigiló la puerta.
Cobardemente, Juan Vera y su hijo Antonio mandaron a otros a realizar lo que
ellos quisieron hacer conmigo.
“No me hago muchas
ilusiones con la procuración de justicia. Ahora sé que, como mujer rociada con
ácido, como mujer que ha sufrido violencia, estoy olvidada. Como todas las
demás. Veo por ejemplo lo que pasó con Ingrid Escamilla y me doy cuenta de que
la sociedad no tiene simpatía real. Un ejemplo de esto es cómo alguna gente
llama feminazis a las feministas.
Al principio, en el
expediente de mi caso lo calificaron como lesiones, cuando en realidad se trató
de una tentativa de homicidio. Pero hay muchos otros casos de chicas agredidas
gravemente, con secuelas para toda la vida, y que quedaron simplemente
calificadas como lesiones.
–Llama la atención cómo, a
pesar de tu situación tan difícil, nunca dejas de hablar de las otras, de otros
casos de mujeres agredidas.
–Esa conciencia no la tengo
de ahora, la tuve siempre. Yo antes me pronunciaba mucho en contra del acoso
callejero, porque no es normal. También siempre me pronuncié en contra de las
expresiones que denigran a los indígenas o a la población negra. Ya antes de
por sí tenía esa empatía, ahora mucho más.
–Eres muy fuerte.
–A veces. Pero las
autoridades creen que porque estoy viva ya todo está bien. ¿Entonces tenía que
morir para que me hagan justicia? No tienen idea de lo que es tratar de
reconstruirte, recoger cada pedazo de tu cuerpo todos los días y saber que ni
siquiera así vas a recuperar lo que tenías antes.
“Este es un proceso que va
durar muchos años y consta de muchas cosas, de cirugías, de terapias. No sé qué
hubiera hecho sin el apoyo de mis padres y mi hermana.
“Y justo cuando sentía que
iba avanzando, la semana pasada él vuelve a agredir, ahora divulgando en los
portales de noticias de Oaxaca –que lo encubren y defienden– comunicaciones
mías, cosas muy privadas. No sé qué espera la fiscalía para geolocalizar desde
dónde está haciendo esas filtraciones.”
–¿Tienes algún mensaje para
el gobierno?
–Que se están viendo muy
lentos. Necesitamos que se nos escuche, no nada más que nos oiga. Que nos
miren. Necesitamos que los organismos de derechos humanos se involucren más,
más fuerte. Que los organismos internacionales también volteen a vernos, porque
el gobierno sólo va a actuar bajo presión.
–¿Dónde quedó tu saxofón?
–En Oaxaca. (Vuelven a
correr las lágrimas.) Antes de venir lo quise abrir pero no pude, su estuche
quedó todo salpicado y dañado por el ácido. Pero ahora escucho mucha música. De
momento, Chopin. Me da mucha paz.
“En cuanto a volver a
tocar… el tema es complejo, porque no por el hecho de que pueda hablar quiere
decir que voy a poder volver a tocar. No sé si voy a tener la misma embocadura,
si con estas cicatrices mi boca va a poder abrazar y amoldarse a la boquilla.
Me pregunto si valió la pena estudiar tanto, cuando ahora ni siquiera tengo ganas
de tocar mi saxofón.”
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