Entrevista con Nancy Fraser[1]
Entrevisto a Nancy Fraser en un contexto
que no puede ser más propicio: las mujeres se han rebelado masivamente en su
país contra un presidente que consideran misógino, han rechazado votar a una
mujer que pudiera haber sido la primera presidenta de Estados Unidos, Hillary
Clinton, y han emprendido una causa masiva y global que cada año involucra a un
mayor número de mujeres de todo el planeta.
Nancy Fraser ha sido actora fundamental de
estos movimientos.
—¿Este
movimiento feminista global emergente que usted impulsa cuenta con una única
agenda global?
—No
creo que haya algo remotamente cercano a una sola agenda feminista global y
compartida por todas las mujeres, y diría que hay dos razones para no pensar de
esta manera en la actualidad: una tiene que ver con una idea de la que mucha
gente habla hoy en día, y es la diversidad de las mujeres: diversidad referida
a la diversidad de los espacios sociales que habitan y a los problemas de la
interseccionalidad, lo que hace que la situación de las mujeres trabajadoras,
las mujeres de color, las mujeres trans, las mujeres
indígenas, sea diversa y nos enfrenta también a un contexto postcolonial versus uno
europeo o estadunidense metropolitano, por ejemplo. Las situaciones son muy
diferentes y es completamente normal, natural y deseable que diversas
movilizaciones feministas se desarrollen en diferentes lugares y con diferentes
énfasis.
—¿Entonces
no tenemos una agenda común?
—Me
estoy refiriendo al hecho de enfocarse en diferentes preguntas, lo cual en sí
mismo no es problemático, pero sí hay un segundo aspecto que considero que
complica enormemente la cuestión de la agenda global y es que en realidad
existen muchas ideas antitéticas y enfrentadas acerca de lo que es el
feminismo, acerca de lo que implica la igualdad de las mujeres, acerca de lo
que es la subordinación femenina y desde dónde se sustenta en nuestra sociedad,
por lo que diría que hablando de la perspectiva de Estados Unidos, y aun cuando
considero que no es únicamente una cuestión de este país, pues lo hemos visto
en los últimos veinte años, de lo que se trata es de la emergencia de una
corriente liberal hegemónica del feminismo o incluso podremos llamarle
feminismo neoliberal que ha sido enaltecido, por lo menos en el ámbito
mediático, y que se trata de un feminismo que sostiene una idea muy limitada y
estrecha, diría incluso inadecuada, de lo que es la igualdad. No es en
realidad un movimiento por la igualdad sino por la meritocracia, y a lo que me
refiero es que incluye frases como “romper el techo de cristal o sobrepasarlo”.
Es un tipo de feminismo corporativo que está sustentado en la situación de
mujeres privilegiadas, educadas, profesionistas, mujeres empresarias
heterosexuales que sostienen la idea de que el problema es la discriminación
entendida en su aspecto más limitado y, por ende, sustentan que lo que tenemos
que hacer es mover las barreras para que las denominadas “mujeres talentosas”
puedan ascender en la escalera corporativa, incluso entre los
militares, para obtener su merecido lugar con los hombres privilegiados de
su misma clase. Este es para mí un feminismo muy limitado, respecto del cual
estoy totalmente en contra y por ello formo parte de un esfuerzo que incluye a
mucha gente y en muchos países y que está por desarrollarse, lo que yo llamo el
feminismo del noventa y nueve por ciento, que es una alternativa a este
feminismo corporativo, en la idea de un feminismo para la mayoría de la
población. Y en esta idea del feminismo del noventa y nueve por ciento creo que
es posible contar con algo similar a una agenda común, pero ha de ser muy
amplia y con suficiente capacidad para que los diferentes grupos de mujeres,
movimientos y luchas aquí y allá puedan desarrollar sus propios énfasis y
encontrar el modo de ir adelante para lograr sus propias necesidades y
reclamos. Sin embargo, considero que algunas cosas que deben ser centrales para
el feminismo del noventa y nueve por ciento son el que debe incluir una amplia
definición de lo que significa la violencia contra las mujeres y no únicamente
maltrato doméstico o violación, sino que incluya todas las formas de violencia
estatal y policial que sufren las mujeres, incluyendo violencia económica,
violencia ambiental y demás. Necesitamos un panorama mucho más estructural de
lo que la violencia involucra, y lo mismo opera para las cuestiones relativas a
la organización de las formas de provisión y reproducción social. Las mujeres,
como todas las poblaciones, están enfrentándose a un movimiento mundial de
disminución del presupuesto, de recortes presupuestales estatales que apoyen
las actividades de reproducción social. Esto, al mismo tiempo en que las
mujeres están siendo reclutadas masivamente al trabajo remunerado, y el recorte
de servicios estatales y servicios públicos es una perfecta combinación para
una tormenta de estrés, para la locura cotidiana de tiempos acotados, por lo
que una gran parte de la agenda feminista para el noventa y nueve por ciento
hoy en día tiene que ver con la cuestión del aprovisionamiento social. Para el
noventa y nueve por ciento de las mujeres no es cuestión de contratar una nana
o no.
–Cuando
habla del noventa y nueve por ciento ¿se refiere a todas las mujeres, es decir
a cada una de las mujeres en el mundo?
-No, noventa y nueve por ciento no es el
cien por ciento.
–¿Qué
es entonces?
–Es
noventa y nueve por ciento; a lo que me refiero es que el feminismo que ha
devenido hegemónico ha sido para el uno por ciento de las mujeres, y
necesitamos un feminismo para el noventa y nueve por ciento. La solución para
el estrés cotidiano, para el tiempo que nunca alcanza y las presiones que
derivan de la reproducción social para el uno por ciento de las mujeres, ha
sido contratar mujeres emigrantes, gente de color, mujeres
indígenas, pagándoles muy poco y manteniéndolas en situaciones muy precarias,
sin ninguna prestación laboral. En muchos casos se trata de mujeres sin
papeles, lo que las hace sumamente vulnerables al abuso. Esta no es una
solución para el noventa y nueve por ciento. La única solución para el noventa
y nueve por ciento es la provisión pública de servicios sociales, cuidado
público de la infancia, servicios públicos de salud, soporte comunitario
público, etcétera. Por lo tanto, la lucha contra las políticas de austeridad
tiene que ponerse al centro del feminismo global para el noventa y nueve por
ciento, puesto que los derechos laborales son prioritarios y por ello tenemos
que volver a hablar acerca de todas las diferentes formas de trabajo en las que
las mujeres están involucradas, el trabajo remunerado, el trabajo relativamente
formal, el informal, el precario, las mujeres sin papeles, el trabajo del
cuidado. La justicia ambiental es también un tema muy relevante. En muchos
lugares del mundo las mujeres tienen la responsabilidad principal de proveer
abrigo, agua limpia, cuidado de espacios verdes, de granjas y tierras. Todo
esto está marcado por una suerte de dinámica neoliberal peligrosa, que busca
extraer valor de todas partes, así que estos son los énfasis que te dan un
retrato diferente de lo que una agenda global de mujeres sería para mujeres
como Hillary Clinton, cuyas ideas son, ya sabe, “romper el techo de cristal”
“subir la escalera”.
—En
relación con la institucionalización de la agenda de género, ¿qué piensa usted
ahora que tenemos tantas instituciones para las mujeres, tales como
ONU mujeres, organizaciones no gubernamentales de mujeres, mujeres en
todas las instituciones? ¿Es un logro del movimiento feminista en los términos
de lo que usted considera que hay que avanzar, es decir, en relación con
lo que usted denomina revisiones sensibles al género de la democracia y la
justicia? ¿Hay una crítica estructural al capitalismo androcentrista y un
análisis sistémico de la dominación masculina o se trata solamente de una nueva
burocracia tecnócrata, que muchas mujeres denominan “femócratas”? Desde su
punto de vista, ¿eso contribuye al movimiento o más bien lo desacredita?
—Bueno, yo diría que en la medida en que
este tipo de institucionalización está desarticulado de movimientos masivos de
base, poderosos y radicales, entonces sí es algo problemático. Eso no quiere
decir que estoy en contra de las mujeres involucradas en estas instituciones,
porque muchas de ellas tienen muy buenas intenciones e incluso algunas ideas
radicales sobre lo que he venido delineando pero, cuando estás en una
institución, de alguna manera tienes que ajustarte a su cultura para lograr
hacer algo, tienes que hablar su lenguaje, tienes que satisfacer a los
financiadores si se trata de una ONG o a los poderes estatales si estás en
un gobierno o en Naciones Unidas, así que el único modo en que esto puede ser
útil es si se combina con un gran empuje desde abajo. Ahora tenemos este
fenómeno, y sobre ello han escrito mujeres como Sonia Álvarez y otras, que se
ha denominado la “onegenización” de las políticas feministas, lo que es un
síntoma para desviarse de problemas estructurales en toda la organización de la
vida política. Esto no es algo específico del feminismo, todos los movimientos
sociales tienen este problema y no sustituye la movilización de las bases.
—El
feminismo entonces seguirá siendo una fuerza insurrecta y el tercer acto
resurgente, como usted lo nombra en su obra Fortunas del feminismo,
es entonces este movimiento del noventa y nueve por ciento y marchas como la
que acabamos de ver en Estados Unidos en torno a la llegada de Donald Trump al
poder. ¿Usted predijo que esto iba a pasar?
—¿Me
pregunta si estamos ahí? Bueno, es difícil decirlo, y quien pretenda hacer
predicciones sobre lo que va a pasar, ni siquiera mañana, sería absurdo, pero
podría decir que estamos en un momento muy intenso y de tensión, mucho mayor
que cuando escribí la introducción de Fortunas del feminismo. La
crisis de todas las formas de organización social, llámese neoliberalismo,
capitalismo financiero o como se denomine, implican una crisis innegable y es
lo que sostiene todo el sistema. El capitalismo ha perdido toda legitimidad y
por desgracia lo vemos, de manera especial, en el poder y fuerza que mantiene
el ala derecha de algunos movimientos, particularmente en sus formas de
populismo de derecha, este populismo reaccionario que hay por todas partes y
del cual, evidentemente, el fenómeno Trump en Estados Unidos es la estrella de
la película. Pero no pienso que este populismo de derecha que estamos observando
esté en una posición que pueda asegurar alguna estabilidad, o alguna
alternativa segura a lo que yo llamo el neoliberalismo progresivo previo. Por
eso pienso que estamos en una suerte de situación de interregnum,
es decir en una situación en la que las sociedades están profundamente
desestabilizadas y ya hay mucha politización y radicalización –y habrá una
radicalización mayor de la derecha, pero esperemos que también de la izquierda,
incluyendo movimientos importantes de mujeres, pero aún no estamos listos para
esta gran politización y radicalización masiva. Así que pienso que es una
crisis real, no sólo a nivel estructural y objetivo, sino que las cosas se han
vuelto disfuncionales. Se trata de una crisis donde las personas no se
reconocen como tales y están emergiendo estructuras como las que nos habían
aniquilado como personas en los últimos treinta años, y por eso considero que
es al mismo tiempo un momento de peligro real, pero a la vez de alguna
esperanza. Siento que puedo verlo ahora de una forma que no lo pude ver cuando
escribía Fortunas del feminismo. Puedo ver ahora una apertura para
un movimiento femenino genuino radical de la izquierda y es por ello que me he
unido, junto con muchas personas, en este intento de construir un feminismo por
el noventa y nueve por ciento. Creo que ahora el movimiento tiene piernas y que
está atrayendo mucha atención.
—Hablando
sobre México y América Latina, usted estuvo en Argentina en 2014. Allí dijo que
América Latina era la única región en el mundo que ha tenido un proyecto
sostenido contra el neoliberalismo, tomando diferentes formas en diversos
países. Sin embargo, casi todos los gobiernos de izquierda, como los de
Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Brasil, Argentina, han sido acusados de severos
casos de corrupción y han estado marcados por la tendencia de sus líderes de
perpetuarse en el poder y atacar a los grupos de oposición. ¿Qué piensa de
esto?
—De
nuevo, esto muestra lo que sucede cuando haces algún señalamiento ocasional en
un momento particular y en un contexto particular, no vale el papel gastado en
el esfuerzo de escribirlo porque las cosas cambian muy rápidamente. Así que
obviamente la situación general en América Latina ha ido hacia un serio y
triste retroceso y es preocupante. La lección que yo tomo es que es que
ciertamente se dieron procesos de desarrollo y muy prometedoras iniciativas en
la llamada “marea rosa”, pero también estuvo presente el tema del clientelismo,
incluida la corrupción. Sin embargo, fue un empuje importante por expandir la
participación para los indígenas y para la gente de grupos urbanos
empobrecidos. Lo que quiero decir es que fue un estallido real de energía
democratizadora y un serio esfuerzo por parte de por lo menos algunos
gobiernos, de replantear una política no liberal o antiliberal. Podemos decir
que quizá Correa en Ecuador, en un cierto grado Fernández en Argentina,
etcétera, ninguno de ellos fue perfecto, pero yo recojo una lección de todo
ello. Al menos una pequeña lección es que muchos de los gobiernos de la “marea
rosa” se sustentaron en los altos precios de los productos básicos y esos
recursos fueron utilizados –porque dependemos mucho de ellos– y fue algo que
resulta inusual y no una situación permanente. El boom de los
precios de estos productos permitió obtener, durante un período, una tremenda
acumulación de capital a través del mercado y muchos los aprovecharon para
distintas formas de redistribución, que fueron desde luego igualitarias, pero
no las utilizaron para diversificar y reestructurar sus economías, de tal
manera que cuando los precios de los productos básicos cayeron, estos países no
tenían ninguna forma de reestructuración para sortear esta situación. Esta es
una lección limitada, pero una lección más amplia relacionada con ella es que,
en un mundo tan globalizado e interconectado como el que vivimos, la
transformación de la estructura social en una región no es posible. Las
personas solían decir que el socialismo en un país no es posible; ahora podemos
decir que la transformación de la estructura social en un continente no es
posible. Simplemente observemos el tema de los precios de los productos
básicos, se trata de una economía mundial, no de un país, incluso si este es un
país poderoso como por ejemplo Brasil, un gran país que pudo controlar todos estos
factores externos. Lo que esto me dice, como alguien de Estados Unidos que,
como usted sabe, incluso a pesar de su pérdida de credibilidad moral sigue
siendo el elefante del cuarto, el poder mayor, es que especialmente en Estados
Unidos tenemos la responsabilidad de hacer un cambio en nuestro país, en
nuestra propia casa, porque lo que pasa en nuestro país tiene enormes
consecuencias y por ello sentamos parámetros de lo que pueden hacer personas en
otras regiones.
[1] Nancy Fraser (Baltimore, 20 de mayo de
1947) es una filósofa política, intelectual pública y feminista estadounidense.
Ha ejercido como profesora de ciencias políticas y sociales. En la actualidad
es profesora de filosofía en The New School en Nueva York. Es ampliamente
conocida por sus críticas y contribuciones teóricas en el ámbito de la
filosofía política, especialmente es cuestiones de política de la identidad,
sobre el constructo de justicia social y la teoría
feminista.
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