REVOLUCIÓN, PARTIDO, ESTADO, BUROCRACIA: EL EJEMPLO RUSO
A modo de introducción
Guillermo Almeyra
Más que presentar
los ensayos que forman este valioso y oportuno libro deseo subrayar algunos
puntos fundamentales que nuestra época poco informada en lo fundamental tiende
a ver sólo a la luz de lo sucedido posteriormente en la victoriosa Unión
Soviética o teniendo en cuenta los actuales datos demográficos, culturales,
económicos y las técnicas de información.
No me referiré por
consiguiente a los importantes ensayos que integran esta obra los cuales hablan
por sí mismos, y en su pluralidad, salvo
en algunos detalles, presentan una poderosa y unitaria versión coral.
Recordemos: Rusia,
coloso de pies de barro, con su zarismo, la Corte corrupta y despótica en la
que reinara Rasputin hasta 1916 y el despotismo asiático de la dinastía de los
Romanov, aparecía ante un mundo occidental conquistado por los ideales de la
Revolución Francesa como una supervivencia del anacrónico absolutismo monárquico
que ésta había combatido y los bolsheviks
(o ala bolchevique de la socialdemocracia rusa) eran escasamente conocidos
fuera de los reducidos ámbitos de las direcciones socialistas.
La revolución rusa
de febrero fue por eso celebrada jubilosamente por socialistas, liberales y
demócratas por igual mientras que la de octubre, para un mundo informado por
las agencias Reuters (británica) y Havas (francesa) en guerra con Alemania, fue
presentada como una maniobra del Kaiser contra los aliados. Sólo más tarde los
trabajadores de todo el mundo empezaron a reconocerse en lo que hacían y decían
los revolucionarios rusos dirigidos por Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) y Lev
Davidovich Bronstein (Trotsky).
Algunas
condiciones que favorecieron el estallido revolucionario
La revolución en la
inmensa Rusia centralizada por el poder del Zar y de la Iglesia ortodoxa fue
posible porque, pese a los intentos de reforma, como la de Stolypin, ese poder chocaba
no sólo con los revolucionarios marxistas sino también con una naciente
burguesía condenada por el régimen a ser socio menor del capitalismo
anglo-francés, con una intelectualidad europeizada, con sectores liberales y
democráticos de la nobleza[1]
y era resistido por las nacionalidades
reprimidas y combatido por todas las tendencias socialistas, que influenciaban
sectores obreros y estudiantiles. El zarismo era duro, brutal y capaz de
infiltrarse en las organizaciones revolucionarias[2]
pero escondía una gran fragilidad que se había revelado ya en 1905 y que la entrada
de Rusia en la guerra de 1914-1918 agravó de golpe.
La enorme y
dispersa base campesina del país, dispersa en miles de aldeas y dividida por
nacionalidades, culturas y religiones, se convirtió en 1914 en una sola masa al
ser enviada al ejército como carne de cañón y se encontró durante años en las
trincheras con los intelectuales y obreros socialistas convertidos en
suboficiales y oficiales. Esa doble educación –por un lado, sobre los horrores
del capitalismo y, por otro, sobre la posibilidad de una alternativa
socialista- hizo posible la alianza con los campesinos de un proletariado poco
numeroso pero muy concentrado y esa unión, a su vez, cambió radicalmente la
política agraria de Lenin y de los bolcheviques que pasaron a exigir tierra
para los campesinos y paz y pan para todo el país logrando así inmensa
popularidad
Otra particularidad
rusa que hizo posible la revolución consistía en su reciente historia. La
revolución de 1905, que formó parte de un ciclo de revoluciones democráticas[3]
, había sido una especie de ensayo de la de 1917 y en ella habían nacido los
soviets (consejos obreros) como instrumento de autoorganización de los obreros.
Tras un duro período de reflujo político y de reacción desatada las masas rusas
se reorganizaron y la agitación social y las huelgas con manifestaciones se sucedieron
desde 1912 hasta la entrada en la guerra y sobre esa base reaparecieron los
consejos obreros en 1917.
Por su parte, el
partido bolchevique, que en 1905 se había opuesto a los soviets porque veía en ellos una
competencia con su organización, no sólo los reconoció entre la revolución de
febrero de 1917 y la de octubre sino que
también incorporó a sus filas a Trotsky, presidente de los soviets en 1905, y a
un grupo numeroso de amigos de éste.
La revolución
democrática antizarista, por otro lado, al producirse durante una guerra de las
grandes potencias capitalistas por el reparto de un mundo ya unificado por el
capital, integró la lucha por las tareas democráticas –paz, tierra, democracia,
libertad, eliminación de los privilegios de la nobleza y del clero e independencia
de los pueblos oprimidos por el imperialismo ruso- con el combate por las
tareas anticapitalistas (igualdad, fin de las discriminaciones de todo tipo,
expropiación de los expropiadores mediante la eliminación de la propiedad
privada de los instrumentos de producción, control obrero en la industria
estatizada, instalación de un nuevo Estado obrero para empezar a construir el
socialismo). De ahí la transformación ininterrumpida de la revolución democrática
en revolución socialista y el carácter permanente de la revolución (que
implicaba igualmente la extensión de la misma a algunos de los países más
desarrollados).
Los soviets
(consejos obreros) en 1905 y en 1917 eran un instrumento de todas las capas de
los trabajadores pues eran pluralistas ya que estaban integrados por todas las
tendencias existentes en el movimiento obrero desde los laboristas hasta los
socialistas revolucionarios, los revolucionarios o reformistas marxistasy los anarquistas.
La influencia de las diferentes organizaciones evolucionaba se medía cotidianamente
en la acción directa de la clase obrera y determinaba los cambios en la
dirección de los consejos.
Ese pluralismo
caracterizó también al primer gobierno de los soviets dirigido por Lenin,
Trotsky y los bolcheviques, e integrado por 14 bolcheviques, siete social-revolucionarios
de izquierda, tres mencheviques y un menchevique internacionalista (Mártov) y sólo
las vacilaciones ulteriores de los s-r y mencheviques hicieron que el Consejo
de Comisarios del Pueblo (nombre de los ministros tomado de la Revolución
Francesa propuesto por Trotsky) quedase formado únicamente por bolcheviques).
Otra peculiaridad
rusa era la existencia de un partido revolucionario fuerte, probado y
seleccionado durante decenios de duras luchas. Dicho partido unía la
organización clandestina con el flexible y audaz aprovechamiento de cada
espacio democrático por mínimo que fuese, como la participación en la elección
para la Duma (el Parlamento) y libraba constantemente la batalla de las ideas
con los libros teóricos y los ensayos y artículos de sus principales dirigentes
y con la participación de los mismos en los congresos socialistas
internacionales, a diferencia de lo que sucedió posteriormente en todas las
revoluciones posteriores, como las fracasadas en Hungría y en Alemania en la
inmediata postguerra o, más cerca de nosotros, en la boliviana de 1952, la
cubana de 1959, la argelina de 1954, la sudyemenita en 1967-1990 o las
revoluciones nacionalistas y antiimperialistas en Mozambique, Angola y Guinea
Bissau[4].
Un partido
revolucionario con una dirección revolucionaria
El partido bolchevique tenía una vida intensa y
en su seno coexistían diversas tendencias, que discutían públicamente sus
respectivas posiciones. En el momento de la revolución era un partido de
jóvenes- Lenin tenía 47 años, Trotsky, 38, Preobrajensky, 41, Zinoviev, 34 al
igual que Kamenev- pero ellos tenían décadas de luchas y además la experiencia
revolucionaria de 1905.
Lenin, como todos
los marxistas de su época, consideraba que el partido, por importante que fuera
para la lucha por la revolución, era sin
embargo sólo un instrumento transitorio en la lucha por la supresión de las
clases en el socialismo, al igual que el Estado de nuevo tipo que había que
construir sobre nuevas bases para empezar a superar el capitalismo.
Creador del
partido, estaba lejos de ser fetichista respecto a una organización que
consideraba al servicio de los trabajadores y que, si no cumplía su función,
podía ser reemplazada por otra más adecuada. Política y moralmente estaba en
las antípodas de esa hechura totalitaria inventada por Stalin y la burocracia
soviética y cristalizada en el dogma “marxista-leninista” con su culto del
Líder, su partido único y monolítico fusionado con el aparato estatal y con el
nacionalismo estrecho de una casta conservadora y parasitaria que vive de los
privilegios que arranca a la sociedad sobre una base nacional y que una
revolución mundial pondría en peligro.
Como Trotsky y todos
los revolucionarios rusos educados en el exilio europeo Lenin era un ferviente
internacionalista y jamás pensó que la revolución rusa pudiese subsistir si no
se producía una revolución en los países más industrializados, sobre todo en
Alemania, que ayudase a superar el terrible atraso cultural y técnico ruso.
Creía tan firmemente que la revolución rusa era sólo un peldaño en una lucha
internacional permanente y que la tarea de los rusos era aguantar defendiendo
la revolución hasta que otra u otras más importante tomasen el relevo que bailó
y saltó de júbilo bajo la nieve del duro invierno moscovita cuando la recién
nacida república soviética superó los dos meses y diez días (desde el 18 de
marzo hasta el 28 de mayo de 1871) de
duración de la Comuna de París.
Lenin, descendiente
de rusos, alemanes, calmucos, judíos, era profundamente ruso por su cultura y
su conocimiento del país (su primera obra importante a los 29 años -en 1899- fue
un estudio de la realidad nacional titulado El
desarrollo del capitalismo en Rusia), pero no se consideraba ni revolucionario
ruso ni menos aún estadista ruso: por el contrario, se veía a sí mismo como un
revolucionario internacionalista que luchaba en una parte del frente de la
revolución mundial y, en lo inmediato, se oponía con toda su energía a la
opresión del nacionalismo gran ruso sobre las nacionalidades asiáticas
oprimidas por el Zar, después por Stalin y hoy por Putin que, como el zarismo y
el stalinismo, se apoya sobre la visión imperialista gran rusa y sobre la
Iglesia Ortodoxa rusa, que es profundamente chauvinista.
La
burocratización del Partido y del Estado
El antiestatismo de
Lenin desarrollado en El Estado y la Revolución, su última obra antes de
octubre de 1917, chocó sin embargo con la realidad de un país devastado por la
guerra mundial de 1914-18 y la guerra civil que duró hasta 1923. Rusia , en
efecto, tenía antes del conflicto bélico casi 126 millones de habitantes pero
perdió en él 3 500 000 habitantes y otros 7 millones en la terrible guerra
civil que comenzó poco después de la incruenta toma del poder. En 1923, después
de esa sangría, el país estaba además en ruinas: con respecto a 1913, el año
anterior a la guerra mundial, la tierra cultivada equivalía a 62 por ciento de
la antes productiva, la cosecha era 40 por ciento menor, sólo quedaban vivos 16
millones de caballos de los 35 millones anteriores y 37 millones de vacas sobre
58 millones antes de la guerra. Los ferrocarriles, esenciales para las largas
extensiones rusas, estaban destruidos y la clase obrera estaba prácticamente
aniquilada (contaba con poco más de un millón de trabajadores industriales
sobre los tres millones anteriores) o, como comprobaba Lenin mismo, se había
desclasado pues había sido la columna
vertebral del Ejército Rojo sufriendo enormes bajas mientras los sobrevivientes
se convertían en cuadros militares o estatales. Por último, para hacer frente a
la reconstrucción y a sus gastos el naciente Estado obrero y campesino debía
emitir sin respaldo un 98 por ciento de su moneda y una inmensa hambruna
arrasaba Ucrania.
El partido había
sufrido daños similares y aún mayores. La pequeña cohorte de militantes
bolcheviques[5], formada
en la vida clandestina, el internacionalismo activo, la discusión y la
elaboración teórica fue diezmada por la guerra mundial y la guerra civil.
Muchos de sus miembros principales se convirtieron en militares y los nuevos
miembros o eran jóvenes obreros sin preparación cultural o soldados campesinos
y suboficiales acostumbrados a mandar o, incluso, oportunistas que se arrimaban
al poder.
Los sobrevivientes
de la preguerra que habían hecho la revolución quedaron en minoría en ese mar
de militantes que jamás habían salido de Rusia ni habían participado en las
grandes polémicas entre mencheviques y bolcheviques y en el seno de los
bolcheviques mismos. La mayoría del
Partido, como la clase obrera y toda la población rusa, después de los
esfuerzos realizados y de los terribles sacrificios realizados quería gozar la
paz tan duramente conquistada. La incultura y la barbarie de los mujiks rusos y
la grosería brutal de la vida cuartelera entraron a formar parte de las
costumbres cotidianas en el mismo Partido.
Al mismo tiempo, al
conquistar el poder estatal, el partido fue absorbido por el aparato del
Estado, al cual quiso controlar pero que terminó imponiéndole su forma de
funcionamiento a pesar de los esfuerzos –sobre todo de Trotksy- por innovar,
quitándole poder a la Iglesia ortodoxa, eliminando grados y jerarquías en las
fuerzas armadas y convirtiendo a los omnipotentes ministros en Comisarios del
Pueblo, entre otras medidas democratizadoras.
La difusión del
analfabetismo[6], la
destrucción de las bases materiales de la economía y el escaso desarrollo
industrial impidieron pues la socialización de los medios de producción que,
estatizados, dieron base a lo que Lenin calificó de Capitalismo de Estado con
fuertes deformaciones burocráticas.
Hay una base
económica y tecnológica para el desarrollo de la burocracia en la Unión
Soviética muerto ya Lenin y bajo la dirección de Stalin. La escasez, en efecto,
exige alguien que racione los bienes y controle su distribución (sirviéndose
siempre y antes de los demás, por supuesto). Pero esa burocracia no se habrá
extendido al poder soviético y al partido si éste no hubiese suspendido
transitoriamente la existencia pública de las fracciones internas que siempre
habían existido, si la clase exhausta hubiese podido mantener el poder de los
soviets como control sobre el partido y sobre el Estado y si el cansancio de
las masas no se hubiese transmitido al partido bajo la forma de una burocracia
incontrolada, conservadora y despótica que en pocos años elevó a Stalin como su
representante.
Partido único y sin
vida democrática interna, fusión entre partido y Estado aún capitalista aunque
sin representantes de la burguesía, formas de vida, costumbres, cultura burguesa atrasada en la burocracia, imitación
del capitalismo monopólico de los países más industrializados para tratar de
superarlos, regionalismo y nacionalismo, fueron las condiciones esenciales para
el desarrollo de la burocratización soviética, que comenzó con Lenin cuando
éste combatía una batalla contra la enfermedad que le impedía intervenir como
quería en los asuntos del partido y del Estado.
Los requisitos para
combatir contra el poder y hacer frente armas en mano a múltiples y numerosos
enemigos no son siempre iguales que los necesarios para escuchar a los
trabajadores y a las bases del partido, intervenir paciente y didácticamente,
convencer y aprender en la construcción del socialismo. Muchos líderes
campesinos eran caudillos y, en la guerra civil, muchos militantes obreros se
acostumbraron mandar y ser obedecidos pues eso impone la necesidad de ser
eficaces frente a un adversario superior en medios y en experiencia.
Vencida la
reacción, la administración de empresas complejas, de enteras ramas económicas
y de las diversas instituciones estatales requería conocimientos nuevos y una
preparación técnica especial que pocos revolucionarios tenían. Era frecuente,
por lo tanto, que éstos se informasen preguntando cómo se hacían anteriormente las
cosas a quienes las habían hecho antes bajo el zarismo (más de dos tercios del
personal técnico del nuevo Estado habían servido al viejo, incluso en el
ejército, lleno de ex oficiales zaristas) o cómo trabajaban empresas del mismo
tipo o los servicios estatales en los países capitalistas más industrializados.
Como decía Lenin y como había sucedido en la antigüedad en China con todos los
conquistadores bárbaros - tibetanos, mongoles, manchúes- los burgueses vencidos
en Rusia imponían su cultura superior a los vencedores.
Lo único que habría
permitido acortar este forzoso aprendizaje, formar nuevos cuadros
revolucionarios superiores a sus antecesores y controlar y depurar
constantemente, sobre la marcha misma, a los aparatos del partido y del Estado,
era precisamente lo que había impulsado poderosamente a hacer la revolución
pero no existía ya en el momento de la construcción del socialismo: una
esperanza en el triunfo de la revolución en los países más industrializados de
Europa, un fuerte apoyo internacional.
Rusia, destruida y
agotada, dependía de sí misma para la superación de su atraso, de la hambruna,
de la miseria generalizada. Eso acentuaba el cansancio de las masas, su
nacionalismo atrasado e influía en la burocratización del partido la cual, a su
vez, interactuaba con las masas retirándolas de la participación, paralizando
su control y sus iniciativas. Si Lenin hubiese sobrevivido habría retrasado por
un tiempo el triunfo de la burocracia expulsando a Stalin de su puesto de
secretario general que le permitía fomentarla y organizarla pero no habría
podido impedir el proceso objetivo de burocratización. Probablemente, como dijo
Nadezhda Krupskaia, su compañera de lucha, al pasar a la oposición, Lenin
habría terminado asesinado o encarcelado, como sus compañeros y discípulos que
hicieron la revolución de Octubre.
Por eso, consciente
de la fuerza de un proceso objetivo desfavorable, Lenin esperaba ardientemente que
el poder soviético en construcción y ya burocratizado pudiese nadar
contracorriente frenando la degeneración burocrática con una audaz utilización
del factor subjetivo o sea, mediante una depuración del partido mediante una
acción unitaria del grupo dirigente reformado. Esa esperanza idealista no pudo
concretarse porque Trotsky vaciló y sobrepuso la defensa de su imagen[7]
al pedido de Lenin de acabar con Stalin y éste tuvo tiempo para capear el
temporal y afirmarse en el aparato apenas murió Lenin.
Todo lo que nace,
muere, incluso los procesos revolucionarios. Pero lo que sucedió en Rusia debe
ser tomado como lo hizo Lenin cuando el gobierno revolucionario superó la corta
e intensa vida de la Comuna de París. “El camino de la victoria está empedrado
de derrotas” dijo Rosa Luxemburgo.
De los errores de
los jacobinos franceses aprendieron los heroicos comuneros que “asaltaron el
Cielo” y también la falange de bolcheviques aniquilada por el terror de Estado
stalinista. De la experiencia de la Revolución Rusa aprenderán las nuevas
generaciones revolucionarias de otros países si el capital financiero no
destruye la civilización actual y las clases existentes con una guerra mundial
atómica o con un desastre ecológico terrible.
Para salir de la barbarie en la que el
capitalismo ha hundido ya al mundo, habrá que retomar y terminar la obra
iniciada por Lenin, Trotsky y sus compañeros de destino.
Marsella, 31 de
agosto de 2017
[1] Lenin pertenecía a una familia de la pequeña nobleza y el príncipe
Kropotkin o Bakunin, anarquistas, eran nobles.
[2] El jefe de la organización terrorista de los social-revolucionarios,
que había organizado atentados contra los zares y sus ministros y el diputado
bolchevique en la Duma y exsecretario del sindicato de metalúrgicos, el obrero Roman
Malinovski, entre otros muchos, eran agentes de la Ojrana, la policía zarista.
[3] La revolución democrática china de 1910, la persa y la mexicana del
mismo año.
[4] Quizás con la excepción parcial de los partidos yugoslavo y chino,
cuya temprana stalinización afectó sin embargo duramente la circulación interna
de ideas, la vida democrática y la elaboración teórica sobre los problemas
nacionales.
[5] 10 mil en 1910, sólo cinco mil
en 1916, según el muy interesante artículo de Pierre Broué Rusia 1917.El Partido Bolchevique en el folleto uruguayo Socialismo
Internacional, 03/10/2010.
[6] Generalizado en la mayoría campesina y prácticamente total en las
minorías étnicas muchas de las cuales no tenían lengua escrita y detestaban la
lengua rusa impuesta por los opresores zaristas.
[7] “Me horrorizaba la idea de que el partido pudiese pensar que me oponía
a Stalin por ambición personal”, explica Trotsky para justificar su
conciliación con Stalin en ese decisivo momento.
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